lunes, 17 de abril de 2023

Desnformación versus malainformación

 Leí una vez en Alain de Botton (en su libro Ansiedad por el status) que"según Max Weber el rito de leer el periódico había sustituido a la asistencia a la iglesia". La tomé como cierta, como un indicativo de cómo la secularización de la sociedad había alterado la manera de entender el mundo: por fin la variedad de fuentes de información, la competencia la discusión, y la búsqueda de la verdad había sustituido a  los sacerdotes y sus mitos. Por fin, gracia a la prensa,  la información empezaba a sustituir a la malainformación. Para ello, dado que la búsqueda de la verdad era un proceso sin fin, la pluralidad informativa, la discusión, los distintos puntos de vista eran esenciales.

En consecuencia -pensaba- la caída en la lectura de periódicos la entendía como un deterioro, una devaluación de la capacidad de entendimiento de los ciudadanos, quienes, al renunciar a los periódicos, acababan recayendo en lo irracional, en usar Internet como medio de información y entendimiento de la realidad.

Cierto que, siempre, en la parte de atrás del cerebro quedba algo que roía esta idea. Y es que los periódicos, y por lo general, los medios de comunicación eran propiedad de empresas, por lo  que, en consecuencia, nada que perjudicase a sus propietarios vería la luz. Ninguna información no deseada para los propietarios recibiría espacio, aire. En suma, que el famoso dicho de que "quien paga al gaitero decide la tonada" se imponía. O sea, que quien pagaba a los periodistas, los sacerdotes de las modernas iglesias informativas, decidían qué oíamos, que sabíamos, cómo entendíamos y explicábamos la realidad.

 Hoy, viendo la increíble desinformación que está rodeando la guerra de Ucrania en que desde todos los medios informativos se proclama la misma cantinela, no puedo menos sino echar de menos los tiempos de antes de los periódicos: mejor la mala información de la Iglesia que la desinformación. Y es que, por lo menos, sabías de qué iba el sacerdote que desde el púlpito señalaba al malo, a Satán, pues no tenía el menor empacho que quien le pagaba por hacerlo era el bueno, Dios. Y, claro está, podías creértelo o no. Era cuestión de fe.  Pero no te engañaba; no te informaba, no; lo que aspiraba era a "bienformarte" a través de su su clara y visible malainformación.

 


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