viernes, 15 de mayo de 2020

NOVELA Y VIDA

Dejé de leer novelas hace ya muchos años. Exactamente cuando comprendí que mi vida ni había sido ni ya podría ser una novela. Se me había pasado el tiempo.

Y es que, para mí, leer novelas sólo puede ser lectura para aquellos que las pueden leer como una suerte de guías o historias de lo que otros han vivido y que animan al lector a vivir su propia novela, a vivir su propia vida de forma que pueda ser materia de una novela.

Las novelas son, pues, lecturas de juventud. De viejo te das cuenta de que, por delante de tí, ya no queda nada novelable.

Me sorprende por ello enormemente ver a adultos de vidas ya cerradas leyendo novelas. ¿No se dan cuenta de que nada que en ellas se les cuenta podría ya ser vivido por ellos?

Sólo se me ocurre una explicación a este comportamiento: quien ya de mayor lee novelas es como un cotilla. Exactamente igual a los que, incapaces de tener una vida propia, viven vicariamente la de otros. Son como los vecinos que espían con prismáticos la vida de los demás. Mala gente.

domingo, 3 de mayo de 2020

TABACO, MASCARILLAS, PUIGDEMONT Y EL BOE.Sobre el anarquismo del pueblo español

Fue a principios del año 2011. Iba de viaje por la provincia de Teruel, y en uno de su más olvidados  y bellos pueblos, paré en el único bar a tomar una cerveza y algo de comer. Llovía, y al margen del dueño/camarero tras la barra, sólo tres parroquianos de muy avanzada edad estaban dentro, sentados a una mesa bebiendo unos tintos. Al poco, dos se levantaron y se fueron afuera, a la intemperie, a fumar un cigarrillo. Yo no daba crédito. Pero  ¿por que -me pregunté- estos dos ancianos abandonaban el calor y el vino y se salían al frío y a la humedad por fumar un cigarrillo? 

La razón estaba clara: en el Boletín Oficial del Estado se acababa de prohibir definitivamente el fumar en bares y centros de trabajo. Y esos parroquianos cumplían esa prohibición a rajatabla, aunque no hubiera ninguna autoridad a la vista  que les obligase a hacerlo, aunque nadie de los presentes con total seguridad iba jamás a denunciar ni a ellos ni al dueño del bar por su "delito" si fumaban dentro. Me dí cuenta, por cierto, que aunque no saliese a fumar, el duelo del bar era también fumador y me pregunté si podría darse la situación en algún momento en que todos a la vez se saliesen a echarse unos pitillos.

Todo el mundo recuerda que, salvo en un par de locales que resistieron brevemente, el resto de establecimientos hoteleros  españoles obligaron al cumplimiento de la norma al 35% de españoles que fumaban, que la cumplieron sin decir chitón. Fue, sí, de chiste observar el disciplinado comportamiento del pueblo español fumador cuando unos días antes corría la voz de que la prohibición no tendría ningún éxito, que se convertiría en papel mojado,  porque sería una mayoría los que no la cumpliesen, porque los españoles eran y son y serán un pueblo rebelde.

Y es que en España, quien tiene el BOE tiene el poder. Y no por las multas o penas con las que amenaza, sino porque el pueblo español es sustancial o esencialmente obediente. ¿Qué se puede esperar de un pueblo que, en su epopeya mítica fundadora, tiene un héroe, el Myo Cid, dispuesto a ser de muy buen grado obediente, servil, si encontrara un buen señor (¡Oh!¡Qué buen vasallo si oviese buen señor!" se dice en uno de sus versos).

Es el pueblo español un pueblo de  vasallos. De servidores. De esclavos. Un pueblo, de natural, ovino, borreguil. Que sin embargo, y paradójicamente, se considera a sí mismo, indisciplinado, anarquistoide, rebelde.

Absurdo. Recuérdese que Franco se murió en la cama y que millones  sintieron su muerte en lo más profundo de sus borreguiles almas, como no es aventurado pensar que los corderos echarían en falta a sus pastores.

Y ¿a qué se debe tal sumisión? La científica razón para ese gusto por ser esclavo es, como no podía ser de otra manera, genética. Es, la de los españoles, una servidumbre genética. Fruto de la evolución, en su historia, del pueblo español. Y es que la historia de España, triste como pocas, como recordaba Gil de Biedma, se ha caracterizado por la continua expulsión y el exterminio de todos aquellos que tuviesen genes rebeldes, genes que sucitasen  la más mínima querencia por la libertad. Sí. Es posible que, hace siglos hubiera españoles amantes de la libertad, españoles rebeldes que se amotinaran ante los desplantes de los poderosos. Pero motínes como el de Esquilache o como en la afrancesada contra los de Napoleón y Pepe Botella quedan ya fuera de nuestro horizonte.

Y es que en esa auténtica limpieza étnica que los españoles borreguiles han practicado contra sus compatriotas rebeldes época tas época, descollaron los españoles del siglo XIX. Recuérdese que en los mismos tiempos en que los aires de revueltas y revoluciones corrían por Europa, el servil pueblo español desterraba a los liberales y tenía a gala recibir al déspota rey traidor Fernando VII, el "Deseado"  gritando por las calles madrileñas "Vivan las "caenas"! Y no sólo esta bovina querencia la habría manifestado el pueblo ovino de Madrid, pues desde su entrada por Fuenterrabía, los jóvenes de los pueblos por los que pasaba la comitiva real tenían a gala ser ellos quienes, uncidos como bueyes, arrastraran las carrozas. Pueblo ovino. Pueblo bovino.

De ese tipo de gentuza somos descendientes los españoles que estamos aquí y ahora. De ese tipo de chusma. Nada extraño es que las sucesivas guerras civiles que la Iglesia Católica y todo tipo de militares estrafalarios y asesinos han instigado contra cualquier tipo de progresismo libertario hayan vencido. ¿Cómo no iba a ocurrir tal cosa cuando la mayoría del pueblo tiene genes  de buey, genes de borrego! Y, por supuesto, ese comportamiento servil  de la mayoría de españoles deviene en asesino contra sus hermanos que, por extraña mutación genética, no heredan esos mismos genes.

Esa disposición a la obediencia se da abarca hasta en lo más mínimo. En estos días finales de la epidemia del coronavirus, es visible observar cómo la mayoría de las gentes, incluso los jóvenes -que en nuestro país son siempre de los más modosito, por llevar la contraria a esa idea extranjera idea de que los jóvenes son de por sí algo rebeldes-  van por las calles con guantes y mascarillas aunque ni siquiera el gobierno haya obligado su uso. E incluso, estos, los obedientes, los cumplidores con no se sabe qué obligaciones, miran mal a aquellos que se "rebelan" y quieren ir por ahí a "cara descubierta", no como los "chinos".

Y, para finalizar. No se crea que esta tendencia innata a la sumisión, al servilismo, a la obediencia, se da entre los españoles de por debajo del Ebro. Si hay un episodio que muestra a las claras que los genes bovinos u ovinos están metidos a sangre y fuego en el código genético de los españoles, de todos por debajo de los Pirineos, lo muestra a las claras  el ejemplo de Carles Puigdemont, el independentista y rebelde presidente de la Generalitat catalán,  y sus valientes huestes. Recuérdese. Sí, aquella tarde que valientemente proclamó entre himnos y proclamas la independencia de Catalunya. ¡Cuánta rebeldía! ¡Cuánto atrevimiento!...Hasta que  el BOE publicó la aplicación del famoso artículo 155 de la Constitución. Fue "mano de santo", o mejor "mano de pastor". Pues tras el BOE, los aguerridos independentistas no dudaron ni un instante: abandonaron consellerías y calles y se fueron disciplinadamente a sus casas y masías, a sus rediles. Como hacen las buenas ovejas. Como hacen los buenos borregos. Como hacen los buenos españoles.

Y ahí siguen. Y ahí quedó todo...hasta la siguiente. Ya Marx señaló que, en la historia, lo que se da una vez como tragedia luego se repite como farsa. Y así lo será más adelante. Y la razón es obvia: los catalanes independentistas son españoles hasta la médula. Españoles de raza ovina...como los demás. Sin la menor duda. Es lo que hay.

Sobre las consecuencias de definir la libertad

 Las palabras No son neutrales. O mejor, el sentido o significado de las palabras tiene su aquél , su importancia. Y no porque haya conflict...