lunes, 15 de mayo de 2023

Lápidas

 Con el económicamente razonable hábito social de la incineración frente a la tradicional costumbre -al menos por estos lares- del enterramiento ha desparecido una de las fuentes de información más certeras y relevantes sociológicamente acerca de las pasadas vidas de las gentes.

Antes, en las lápidas lo estaba "todo". El breve espacio que las lápidas otorgaban, sin contar con el coste que el trabajo de los marmolistas suponía,  obligaban a un esfuerzo de concisión y precisión -casi de poesía pura a lo Juan Ramón Jiménez o a lo Paul Valery a -la hora de dar cuenta de quién sus restos ahí por debajo de ellas estaban.

El hecho de que casi todas las lápidas que todavía pueden leerse en nuestros cementerios sólo expresen el nombre y las fechas de inicio y fin de la vida de los muertos señala a las claras que las vidas de esos muertos que los que rememoran fueron vidas tan vacías como el guión que separa ambas cifras. Nada hay en esas lápidas porque nada pasó digno de ser recordado y contado. Vidas pequeñas, vidas vacías,  las de esos muertos, como las de todos nosotros o -mejor- las de casi todos. 

Por supuesto también están las lápidas emperifolladas, las muy patétitas  lápiadas grandilocuentes, teatrales. Pero cuyo exceso verbal aúlla aún más la ficticia vaciedad teatral de las vidas de los muertos a los que tapan.

He pensado en esto en una visita al cementerio ingés de Tánger. En él, junto a las lápidas vacias había abundancia de lápidas -digamos que- "falleras", de esas en que en el mundo anglosajón abundan, en las que tras el nombre del difunto y las fechas que marcan el paréntesis de su vida, aparecen multitid de letritas que muestran que el muerto cuan estaba en vida estaba en posesión de muchos y variados y  vacíos títulos honoríficos y pudo colgarse se su por entonces palpitante pechera muchas y variadas y risbles condecoraciones tras los que penó el difunto en vida. ¿Qué nos dicen esa lápidas? Pues que la vida de los muertos que esconden fue tan vacía, si no más, que las de los muertos de esas otras lápidas, la que casi son  anónimas. Esas que sólo llevan las dos fatídicas fechas. la del nacimiento, la de la mierte.

And yet, and yet...A veces salta donde menos se lo espera uno la liebre de la sorpresa que anuncia la posibilidad -no la probabilidad, no seamos románticos- de que algo en la vida de alguien merezca realmente la pena de ser conocido. Y ahí, en la primera fila de sepulturas pegadas a la fachada norte de la iglesia en ese cementerio iglés de Tánger me espera la sorpresa de que en una de esas lápidas "sin nobleza", en una de esas en las que junto con el nombre del muerto y sus fechas, había algo más. Estaba la siguiente frase:

               FEAR NO MORE FROM THE HEAT OF THE SUN

¡Dios!¡Qué maravilla! Esa frase con la que comienza el Cymbeline de William Shakespeare nos abre la puerta a una persona, no a la vida de una muerto teatral y prepotente, sino a la vida de un ser humano concreto que  quizás incluso a todos aburriese con sus quejas acerca del calor y el sol que hace en Tanger. Pero que, de alguna manera y eso es lo importante, a alguien, a otro ser humano, impactaron tanto -no se sabe si cariñosa o negativamente- como para que se tomase la molestia de que constase esa  particular frase en su lápida mortuoria y así prolongase su recuerdo quizás un siglo más....el tiempo necesario para que el Tiempo borre definitivamente esas palabras, esas letras, de esa piedra y con él avente definitivamente la ceniza de su paso por esta tierra.

 

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