domingo, 15 de septiembre de 2019

Democracia y la paradoja de la conservación


Siempre que se habla de la democracia, tarde o temprano, aparece el dicho de Churchill: La democracia, you know, es el peor de los sistemas políticos si se exceptúa a de todos los demás. Con ello se suele cerrar los oídos y las mentes a seguir con el asunto pues ante la sola expectativa de la apertura del baúl de imágenes de los sistemas “alternativos” infunde terror al más pintado. 

Pero, aún aceptando que se trata del menos malo de los sistemas políticos de gobierno de la cosa pública no es menos cierto que, en multitud de circunstancias, dista de ser el menos malo de los sistemas económicos de gestión de la cosa pública. Muchos han sido los economistas que, desde la obra pionera de Kenneth Arrow, han señalado las ineficiencias económicas de las que adolece el sistema democrático. Una de ellas, a las que no se suele prestar demasiada atención se refiere a lo que se ha venido en llamar Paradoja de la Conservación que se refiere a aquellas situaciones en las que el anuncio de una medida conservacionista (p.ej., la protección de un espacio o de un recurso natural) desencadena un conjunto de respuestas por parte de los agentes económicos por anticiparse de modo que se acelera su deterioro hasta el punto de que cuando se impone la medida de protección ya no queda nada que merezca la pena conservar (el monte a conservar ha sido talado y parcelado, la playa ha sido asfaltada,etc.). 

Tal cosa no es sino un ejemplo de lo que se conoce en la literatura económica como efecto de las expectativas racionales que informan el comportamiento de los agentes en los asuntos económicos (y no sólo en ellos), que se traduce en la moraleja política de que si se quiere tener eficacia en una política no hay que anunciarla sino ejecutarla por sorpresa pues, caso contrario, los agentes la anticipan adaptando a ella su comportamiento en persecución de sus intereses propios de modo que como consecuencia la medida carece de efectividad. Y ahí está el problema, pues es obligado para el sistema democrático la discusión pública de las medidas a tomar, y más tarde su comunicación también pública e incluso es exigible la posibilidad de que aquellos afectados planteen y opongan sus alegaciones en defensa de sus derechos privados. Procedimientos, todos ellos, democráticos, legítimos, adecuados pero ineficientes pues privan a las decisiones tomadas de la eficacia que sólo la sorpresa puede garantizar. Cierto, además, que tal ineficiencia democracia se ha agudizado cada vez más conforme el desarrollo de los medios de transmisión de información se ha acelerado haciendo ya casi imposible las acciones decisivas que cogen a los agentes a traspies sin darles tiempo a variar de comportamiento.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Tecnología y creación de necesidades


Dice C.S.Lewis que al igual que no se pueden imaginar nuevos colores no se pueden generar nuevos valores morales. Quizás esa misma restricción rija en el terreno de las necesidades humanas, de modo que, al igual que sólo hay tres colores básicos de cuyas combinaciones primarias, secundarias y demás surgen todos los demás, tampoco haya más que unas pocas necesidades básicas o primarias: las llamadas biológicas (alimento, cobijo, vestido, medicinas) y las llamadas sociales (amor/amistad, pertenencia, respeto). 


No hay sociedad humana que haya tenido cierta duración que no las haya satisfecho todas en mayor o menor grado para la mayor parte de sus componentes. Lo que ello significa es que, en el curso de la historia, no se crean nuevas necesidades sino nuevas formas de satisfacer esas mismas y viejas necesidades. 


De esa tarea es de lo que se encarga la técnica. Ahora bien una técnica que permita satisfacer la necesidad primaria de pertenencia vía, por ejemplo, la comunicación mediante el teléfono sólo puede hacerlo sustituyendo a la que previamente se encargaba de hacer lo mismo, y sólo puede hacer esto último desvalorizando a la anterior. Si los avances técnicos se dan inconexamente, poco a poco, una técnica aislada poco puede hacer por desbancar a una precedente. El progreso es lento, o lo que es lo mismo, controlable. Los avances técnicos quedarían por lo general como curiosidades, juegos, artilugios para la diversión o el arte. 


Cosa distinta ocurre cuando hay algunos avances especiales (el reloj mecánico, el telescopio, el estribo, la imprenta, el ordenador,...) o conjuntos de avances que dan origen a una revolución técnica en la que en poco tiempo, las sinergias que se dan entre ellos arramblan con la estructura técnica precedente, es decir, devalúan en un proceso aparentemente incontenible con “todo el mundo previo”, o sea, con todas las formas precedentes de responder articuladamente a las necesidades primarias.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Las cadenas de la libertad de elección



La eficiencia económica se traduce en más bienes y por ende en más libertad de elección. Y, sin embargo, como nos recuerda Aldous Huxley, la libertad exige la presencia de ciertas dosis de ineficiencia. Por un lado, la eficiencia exige el cálculo, la precisión, el acomodo a un comportamiento maquínico, el seguimiento de las líneas de comportamiento más adecuado para conseguir unos fines lo cual está reñido con la discrecionalidad, la posibilidad de dejadez que requiere la auténtica libertad. Sólo es libre aquella sociedad que se puede permitir el lujo de ser ineficiente. 

Y, curiosamente, uno leyendo cómo se vivía en las pobres ciudades de la Edad Media encuentra esa libertad mucho más que en las opulentas ciudades modernas. El carnaval, las fiestas de locos, el despilfarro del arte gótico, etc. nos ponen ejemplos de cómo una sociedad elegía sin demasiada preocupación ser ineficiente. 

Y qué opinar de la siguiente opinión del filósofo Boris Groys en una entrevista publicada en El País, 26/7/08, donde a la pregunta siguiente :

¿Ha dicho que en la antigua Unión Soviética había más libertad que en los países capitalistas, ¿a qué libertad se refiere?” 

Responde: 

La única libertad es la des ser libres del trabajo. Y en los países comunistas gobernaba una burocracia que, por lo menos ésa fue mi experiencia, era bastante floja. Así que te podías escaquear con facilidad. Nadie puede escapar, en cambio, de las redes del mercado. Al mercado no puedes engañarlo porque dependes de él, del dinero que te proporciona para vivir. Hay una idea falsa en Occidente y es que la vida está llena de deseos. Pero si de verdad a alguien lo liberas de sus obligaciones, se va a dormir. La verdadera libertad es no trabajar . por eso había tanta libertad en los países comunistas, porque nadie daba ni golpe. Y por eso hay tan poca en un mundo dominado por el mercado”.

martes, 3 de septiembre de 2019

Psicología de urgencia


¿Me pasa sólo a mí o es algo que sucede también a otros? Me refiero a esa suerte de repelús, de auténtica dentera moral que, con motivo de cualquier catástrofe aéra o natural me vuelve  a pasar  conforme los telediarios de las diferentes cadenas informan de las medidas que las autoridades toman para enfrentar la tragedia. 

Sin la más mínima excepción todos los “periodistas” siempre enfatizan entre esas medidas la presencia de un monton de psicólogos, a lo que parece siempre jóvenes muy jóvenes (una cadena informó una vez en un caso particular que todos tenían menos de cuarenta años de edad), que ya sea voluntariamente o por motivos de su trabajo contribuían con su ayuda profesional a enfrentar la tragedia acompañando a los familiares de las víctimas en su dolor. 

Y ciertamente su papel era de lo más conspícuo pues nunca se ve ningún grupo de familiares de víctimas que no estuviese punteado por un par o más de psicólogos, todos, todos, vistiendo con orgullo esa camiseta naranja que se ha convertido en el uniforme que usan los que actúan en las grandes catástrofes, (y cuya justificación por cierto que se me escapa a la hora de la lleven para los terapeutas mentales pues si bien el naranja es uno de los colores de más alta visibilidad en el espacio cromático y por ello parece adecuado para los trabajadores que actúan en el lugar de una urgencia para facilitar su reconocimiento, es sin embargo excitante psicológicamente. Propondría por ello que estos psicólogos de urgencia vistieran en adelante con camisetas azul pálido, con seguridad menos estresantes psicológicamente). 

Algunos de estos psicólogos que en un caso concreto que recuerdo fueron entrevistados en los días siguientes al acontecimiento para contar cómo “ayudaban” a los familiares iban pasando por las sucesivas fases (a lo que parece cuatro, concreta y exactammente) que en la asunción de su desgracia “tenían” que pasar para que su desdicha cumpliese los criterios de “normalidad” establecidos. La consecuencia de esta manera tan profesional de enfrentarse al entero asunto conlleva alguna implicación tan curiosa como la de que esos mismos psicólogos aumentasen la carga de la tragedia con la del insulto para aquellos “anormales” (y por ende “enfermos” psicológicamente), aquellos por ejemplo cuyo “duelo” (la última de las fases) durara o bien menos de seis meses o más de año y medio. 

La desfachatez de estos psicólogos auténticamente sin frontera moral alguna llegaba al extremo de señalar que, tras su asistencia profesional, ellos también requerirían de terapia por parte de otros psicólogos pues como fruto de la cercanía con la desdicha y el dolor ajenos seguro que se iban a ver afectados (o sea, contaminados) psicológicamente.

Lo dicho. ¿Dios! ¡Qué dentera! Peor que la que produce el rasgueo de de la tiza cuando se rompe en la pizarra a la vez que la uña la araña. La siempre inconcebible y nunca asimilable muerte inesperada y no deseada de algún ser querido (Pero, ¡cómo puede hablarse de “asimilar” la muerte!) ha acompañado a los hombres desde siempre, y constituye uno de los elementos básicos de la tragedia de la vida humana. Cada quien vive esa muerte a su manera, y cierto, en la asunción de esa muerte, suele ser fundamental la ayuda, el cariño, la presencia y las caricias de otros seres queridos, conformadores de un grupo reducido, íntimo. Así ha sido siempre. También siempre ha habido en ese proceso de soporte alguien externo a ese grupo íntimo, alguien, sacerdote, mago, encargado de situar esa tragedia personal en un marco más amplio, en una cosmogonía que la explique. Pero lo que nunca hasta ahora había habido era “especialistas” en el proceso de duelo, completos desconocidos que acompañaran profesionalmente al grupo de los dolientes.

No conozco a nadie cercano a alguna víctima de ningún accidente de avión o de alguna catástrofe natural, por lo que no puedo hablar con certeza. Pero entre las muchas cosas admirables que los familiares habrán tenido que cuando les tocara el destino  una habrá sido la de soportar con entereza y educación a estos nuevos especialistas en ti ejemplos claros de aquella propaganda de El Corte Inglés, agradeciéndoles lo que nada les tenían que agradecer pues me pregunto qué demonios le puede decir un joven y desconocido psicólogo a quien ha sufrido la tremenda pérdida de un hijo o un hermano.

Aunque, a lo peor, estoy equivocado. Y sucede que sí, que esos psicólogos han sido de gran ayuda para los familiares de las víctimas, que su labor ha sido extremadamente meritoria y útil y saludable. 

Pues bien, si así ha sido no puedo menos que lamentarlo, pues ello no sería sino la última señal de que el proceso que señalara hace ya muchos años Ivan Illich está a punto de completarse enteramente. Illich, el radical sacerdote y filósofo de los años sesenta y setenta del siglo pasado sostenía que cada vez más éramos víctimas de las que llamaba profesiones inhabilitantes

Por ellas se refería a aquellas actividades profesionales realizadas por especialistas o expertos que, en nombre de su mayor eficiencia, ejercían un monopolio radical sobre la forma en que debía hacerse cualquier actividad humana,incluidas aquellas tan “humanas” que las hacen también los animales. 

Progresivamente, nos hemos acostumbrado y a eso lo hemos llamado “progreso” a que haya expertos que nos digan qué tenemos que comer y cómo, cómo tenemos que vestirnos, dormir, hacer el amor o respirar, qué adornos han de llevar nuestros cuerpos y lugares de habitación, qué es divertido y qué ya no lo es, cuál es la forma adecuada de tratar a los demás y cuál no, cómo tenemos que nacer y morir. Esos expertos, siempre eso sí en nuestro interés que curiosamente también es el suyo, definen nuestras necesidades y el modo de solventarlas, y al hacerlo con su actuación nos quitan nuestra autonomía y nuestra capacidad para acertar o errar, o sea, nos deshumanizan.

Sobre las consecuencias de definir la libertad

 Las palabras No son neutrales. O mejor, el sentido o significado de las palabras tiene su aquél , su importancia. Y no porque haya conflict...