miércoles, 6 de marzo de 2024

Sobre las consecuencias de definir la libertad

 Las palabras No son neutrales. O mejor, el sentido o significado de las palabras tiene su aquél, su importancia. Y no porque haya conflicto, pelea o disputa por no haber  acuerdo acerca de ese significado, de ése su sentido, sino porque sea cuál sea ese significado, aunque sea unánimemente compartido o acordado, actúa como una suerte de señal de tráfico que nos prohíbe ir por una senda o camino mental o moral, o incluso, nos exige ir por un otro determinado, lo que no es lo mismo.

Tiene por ello mucha razón los filósofos deconstruccionistas franceses, los que "beben" de Nirtzsche, Michel Foucault o Jacques Derrida, cuando señalan que la gran pelea no se da en el terreno económico, político o social, sino en el de lo imaginario, el terreno en el que se da el significado a las palabras. Las peleas en los otros "terrenos" o dimensiones de "lo" real son consecuencia, reflejos, de la pelea que se vive -si es que la hay, lo cual sólo sucede de vez en cuando en la Historia- en el campo de batalla de los significados.

¿Un ejemplo? La idea o noción de lo que es la libertad. Se oponen, aquí, en ese terreno conceptual de los significados, dos grandes interpretaciones o significados opuestos. Por un lado estarían los que consideran que la libertad es un cupo, un cuanto, algo definido, concreto o limitado, de modo que la "lucha por la libertad" es un juego de suma cero, de modo que las ganancias en libertad de los unos están asociadas a las pérdidas de libertad de los otros.

Desde la idea kantiana tan repetida de que la libertad de uno empieza donde acaba la libertad de otro, hasta la noción marxista de la lucha de clases, en la que los ascensos en la libertad de los de abajo sólo pueden producirse si los de arriba experimentan pérdidas en su libertad de tamaño igual, variaciones idénticas de su libertad aunque de distinto signo, esta posición es defendida o sostenida por pesimistas y por "realistas" empíricos que nunca ven que en el mundo de los humanos la libertad de un grupo dominado haya sido otorgada graciosamente por un grupo dominante, que siempre siempre haya tenido que ser conquistada.

De otro lado andarían mentalmente los optimistas, los liberales, los ilustrados del XVIII y los anarquistas discípulos tanto de Bakunin como de Kropotkin, todos ellos buenas gentes que comulgan con la idea de que la libertad no está limitada o tasada, de modo que "la mayor libertad de unos expande la libertad de los otros". 

¿Quién tiene "razón"? ¿qué significado es "el correcto"? No lo se porque no soy un filósofo o porque quizás estas son preguntas "carentes de sentido".  Si uno cree en la segunda de las concepciones de la libertad, cuanta más libertad tengan capitalistas mayor será la libertad de la que gocen los trabajadores (como defienden Millei y los neoliberales) , pero también a la inversa. Si uno cree en la segunda de las concepciones de la libertad, cuanta más libertad tengan "las mujeres" más libres lo serán los hombres.

Por contra, si uno cree en la primera de las concepciones de la libertad entonces, si los empresarios o las mujeres gozan de más libertades menor será la cuota de libertad de trabajadores y de varones. 

Y lo mismo, lo mismo pasa con las "libertades" de los emigrantes, de los trans, de los pederastas, etc., etc. Con lo que, al final, todos los conflictos sociales, económicos y políticos  sería nominalistas, tendrían una raíz filosófica/gramatical. El significado o sentido de la palabra libertad lo definiría y trataría de imponerlo siempre el más fuerte en defensa de sus intereses. Y, entonces, un cambio, o la anticipación de un cambio en ese significado vendría a servir como "señal de alerta temprana" de los cambios reales en las sociedades donde antes dominase de modo indiscutible pues señalaría que una nueva definición o concepción de la libertad estaría entrando en las cabezas de las gentes.

Algo así lo he visto suceder a lo largo de mi propia vida. De una época en que predominaba la idea de que la libertad de uno limitaba con la de otro, lo que implicaba que más libertad para los trabajadores suponía menos libertad para las empresas que dominó en mi juventud en tiempos de la Transición quer -recuerdo- llevó al por aquellos lejanos tiempos presidente de la CEOR, Carlos Ferrer Salat, a organizar un multitudinario acto en Madrid para reivindicar que no estaba en la esencia de los empresarios el ser  explotadores de los trabajadores, veo ahora el triunfo indiscutible de la anarquista definición de la libertad tal y como la defienden gentes tan ilustradas como Javier Millei y la señora Isabel Diaz Ayuso, cuya idea de que todos, con la ayuda de los proverbiales influencers andorranos,  podemos ser a la vez más libres, de que la libertad de cada uno expande la libertad de los demás hasta el infinito...y más allá,  ha conquistado los cerebros de las gentes menores de cuarenta años.


viernes, 17 de noviembre de 2023

Acerca de la moralidad "familiarista"

A cuenta de la última del Partido Popular, o sea, su cada vez más acusada deriva fascista o nazi (con todas las letras) que ha alcanzado en estos días un punto de difícil retorno cuando siguiendo al pie de la letra las enseñanzas de los grupúsculos proetarras, increíblemente,  ha decidido comportarse exactamente igual que lo hacían los grupos proetarras: señalizando a quién sabe quién que todos sabemos a quienes deben ser sus "dianas", sus  "objetivos": los diputados del PSOE, oigo a un conocido comentar que, afortunadamente, eso no es un asunto del que se vaya a hablar en las próximas fiestas navideñas pues en su familia no se habla de política para evitar que se rompa.

O sea, la "moralidad" tradicional española. Ésa que se caracteriza por el "familiarismo", o sea, por anteponer la familia a TODO lo demás. Son familiaristas, así, la gente de izquierdas (o de derechas) que reconociendo tener "familia" de derechas (o de izquierdas), decide cuando está con ella no tratar ningún tema de carácter público para evitar "males mayores".

O sea, que para salvar esa condenable "moralidad" mafiosa o familiar se estima correcto "tragarse" las opiniones que sean susceptibles de disputa, debate o riña. Todos sabemos de qué se trata. Esa gente que incluso se enorgullece de que en su familia no se habla de política tras reconocer que sus padres, hermanos o cuñados son en el fondo "buena gente", si bien son -no sé si en el fondo o en la superficie- unos fascistas, unos neonazis. 

Si , como decía Aristóteles, el hombre es esencialmente un zoon politikon, un "animal político" definido por su pertenencia a una "polis", a una ciudad, no es nunca aceptable el "taparse los ojos" ante los familiares inmorales por el mero y caprichoso hecho circunstancial de ser de la familia. Es decir, que el aceptar por ejemplo como respetables, por ser  miembros de una "familia",  a aquellos que señalan a los rivales políticos para que los sicarios actúen en consecuencia, degrada también a quienes aceptan a sus familiares "fachas" al estado de cómplices en la ignominia.


 

lunes, 30 de octubre de 2023

Los "deplorables"

 Hilary Clinton ha sido famosa por muchas cosas, quizás ya por serlo casi de salida quiso serlo aún más y para ello no se le ocurrió otra cosa que tildar en 2016 de "deplorables" (en inglés esta palabra tiene el mismo sentido que en castellano) a buena parte de la clase trabajadora norteamericana por ser homófoba, transfoba, machista, patriotera, ineducada, vulgar estéticamente, antiglobalizadora, paleta, etc., etc., o sea, por no ser como lo es ella de moderna o -aún mejor- postmoderna.

La respuesta de los "deplorables" ante semejante lindeza procedente de un miembro de la elite del Partido Demócrata (la izquierda yanqui) fue la esperable: no la votaron en las elecciones presidenciales, pasando a votar a un millonario del Partido Republicano paleto, homófobo, vulgar, ostentoso y demás: Donald Trump.

Quizás habría que ir recordando esto a nuestra querida izquierda parroquial, a la vez que tampoco estaría mal el recordar a sus exquisitos miembros que sus padres, no hace mucho, tenían con total seguridad las mismas características deplorables que los "deplorables"...como también las tenían juzgados desde el ahora Marx, Schopenhauer, Nietzsche, Lenin, Mao y Fidel Castro, Picasoo, Wagner, Beethoven y tantos y tantos otros. ¿Eran todas estas gentes también deplorables?

Y es que si la clase trabajadora tiene hoy unas formas y modos y opiniones tan deplorables es porque no ha tenido la fortuna de pasar por esas instituciones que se dedican a poco más que a "pulir" a las gentes, o sea, las universidades, por lo que sus formas, modos y opiniones son las de antes, las que se llevaban antes. Es decir que si son -que ciertamente lo son- deplorables lo es, en último extremo, porque no están a la última.

Basta para constatar lo que digo con asomarse a una edición del Diccionario de la Real Academia de hace unos 30 o 40 años y consultar el significado de palabras como invertido, patriota o machista.



lunes, 15 de mayo de 2023

Lápidas

 Con el económicamente razonable hábito social de la incineración frente a la tradicional costumbre -al menos por estos lares- del enterramiento ha desparecido una de las fuentes de información más certeras y relevantes sociológicamente acerca de las pasadas vidas de las gentes.

Antes, en las lápidas lo estaba "todo". El breve espacio que las lápidas otorgaban, sin contar con el coste que el trabajo de los marmolistas suponía,  obligaban a un esfuerzo de concisión y precisión -casi de poesía pura a lo Juan Ramón Jiménez o a lo Paul Valery a -la hora de dar cuenta de quién sus restos ahí por debajo de ellas estaban.

El hecho de que casi todas las lápidas que todavía pueden leerse en nuestros cementerios sólo expresen el nombre y las fechas de inicio y fin de la vida de los muertos señala a las claras que las vidas de esos muertos que los que rememoran fueron vidas tan vacías como el guión que separa ambas cifras. Nada hay en esas lápidas porque nada pasó digno de ser recordado y contado. Vidas pequeñas, vidas vacías,  las de esos muertos, como las de todos nosotros o -mejor- las de casi todos. 

Por supuesto también están las lápidas emperifolladas, las muy patétitas  lápiadas grandilocuentes, teatrales. Pero cuyo exceso verbal aúlla aún más la ficticia vaciedad teatral de las vidas de los muertos a los que tapan.

He pensado en esto en una visita al cementerio ingés de Tánger. En él, junto a las lápidas vacias había abundancia de lápidas -digamos que- "falleras", de esas en que en el mundo anglosajón abundan, en las que tras el nombre del difunto y las fechas que marcan el paréntesis de su vida, aparecen multitid de letritas que muestran que el muerto cuan estaba en vida estaba en posesión de muchos y variados y  vacíos títulos honoríficos y pudo colgarse se su por entonces palpitante pechera muchas y variadas y risbles condecoraciones tras los que penó el difunto en vida. ¿Qué nos dicen esa lápidas? Pues que la vida de los muertos que esconden fue tan vacía, si no más, que las de los muertos de esas otras lápidas, la que casi son  anónimas. Esas que sólo llevan las dos fatídicas fechas. la del nacimiento, la de la mierte.

And yet, and yet...A veces salta donde menos se lo espera uno la liebre de la sorpresa que anuncia la posibilidad -no la probabilidad, no seamos románticos- de que algo en la vida de alguien merezca realmente la pena de ser conocido. Y ahí, en la primera fila de sepulturas pegadas a la fachada norte de la iglesia en ese cementerio iglés de Tánger me espera la sorpresa de que en una de esas lápidas "sin nobleza", en una de esas en las que junto con el nombre del muerto y sus fechas, había algo más. Estaba la siguiente frase:

               FEAR NO MORE FROM THE HEAT OF THE SUN

¡Dios!¡Qué maravilla! Esa frase con la que comienza el Cymbeline de William Shakespeare nos abre la puerta a una persona, no a la vida de una muerto teatral y prepotente, sino a la vida de un ser humano concreto que  quizás incluso a todos aburriese con sus quejas acerca del calor y el sol que hace en Tanger. Pero que, de alguna manera y eso es lo importante, a alguien, a otro ser humano, impactaron tanto -no se sabe si cariñosa o negativamente- como para que se tomase la molestia de que constase esa  particular frase en su lápida mortuoria y así prolongase su recuerdo quizás un siglo más....el tiempo necesario para que el Tiempo borre definitivamente esas palabras, esas letras, de esa piedra y con él avente definitivamente la ceniza de su paso por esta tierra.

 

lunes, 17 de abril de 2023

Desnformación versus malainformación

 Leí una vez en Alain de Botton (en su libro Ansiedad por el status) que"según Max Weber el rito de leer el periódico había sustituido a la asistencia a la iglesia". La tomé como cierta, como un indicativo de cómo la secularización de la sociedad había alterado la manera de entender el mundo: por fin la variedad de fuentes de información, la competencia la discusión, y la búsqueda de la verdad había sustituido a  los sacerdotes y sus mitos. Por fin, gracia a la prensa,  la información empezaba a sustituir a la malainformación. Para ello, dado que la búsqueda de la verdad era un proceso sin fin, la pluralidad informativa, la discusión, los distintos puntos de vista eran esenciales.

En consecuencia -pensaba- la caída en la lectura de periódicos la entendía como un deterioro, una devaluación de la capacidad de entendimiento de los ciudadanos, quienes, al renunciar a los periódicos, acababan recayendo en lo irracional, en usar Internet como medio de información y entendimiento de la realidad.

Cierto que, siempre, en la parte de atrás del cerebro quedba algo que roía esta idea. Y es que los periódicos, y por lo general, los medios de comunicación eran propiedad de empresas, por lo  que, en consecuencia, nada que perjudicase a sus propietarios vería la luz. Ninguna información no deseada para los propietarios recibiría espacio, aire. En suma, que el famoso dicho de que "quien paga al gaitero decide la tonada" se imponía. O sea, que quien pagaba a los periodistas, los sacerdotes de las modernas iglesias informativas, decidían qué oíamos, que sabíamos, cómo entendíamos y explicábamos la realidad.

 Hoy, viendo la increíble desinformación que está rodeando la guerra de Ucrania en que desde todos los medios informativos se proclama la misma cantinela, no puedo menos sino echar de menos los tiempos de antes de los periódicos: mejor la mala información de la Iglesia que la desinformación. Y es que, por lo menos, sabías de qué iba el sacerdote que desde el púlpito señalaba al malo, a Satán, pues no tenía el menor empacho que quien le pagaba por hacerlo era el bueno, Dios. Y, claro está, podías creértelo o no. Era cuestión de fe.  Pero no te engañaba; no te informaba, no; lo que aspiraba era a "bienformarte" a través de su su clara y visible malainformación.

 


sábado, 25 de marzo de 2023

Venecia

 ¿Se puede echar de menos lo que no sólo no se ha tenido sino lo que ni se puede imaginar o soñar que se puede tener ni en el mejor de los casos, ni aun siendo rico y poderoso? No. Por eso es por lo que ninguna de las opiniones acerca de los "viajes en el tiempo", ya sea en forma de literatura o de cinematografía tiene el menor "sentido", o sea, merece la pena considerarla. 

De modo más sencillo. Oigo a alguien decir que "hoy se vive mejor" porque no se imaginaría vivir su vida sin calmantes, sin ibuprofeno o diazepán, sin agua corriente y caliente, sin ninguna de esas amenidades que el "progreso" nos ha concedido o permitido, o mejor dicho, sí se la puede imaginar pero sólo como una auténtica e indefinida tortura de dolores y sufrimientos incesantes. Pero, de nuevo, no se puede hacer así esa comparación:hay que comparar la propia vida de hoy con la imaginaria "propia" vida que uno viviría en un mundo donde ni hubiese ni siquiera fuesen imaginables y en consecuencia no pudiesen echarse de menos  ni el ibuprofeno ni los ansiolíticos ni la televisión.

En suma que,  al margen de la cuestión de qué es o de que a  cuánto asciende  lo que ese "progreso" nos esté  cobrando por esas "amenidades" en términos de deterioro ecológico porque -no lo olvidemos- "nada es gratis", está esa otra cuestión, la de que no nos podemos comparar con el pasado (ni con el futuro) porque no tenemos respecto a  qué compararnos. No tenemos un "punto o nivel de referencia" con respecto al qué medir nuestra real vida vivida o hoy con lo que hubieran sido "otras" vidas vividas en otros tiempos (o con lo que serán en el futuro).

Está claro...Y, sin embargo, ¡ay, sin embargo! parece que hay algunos sitios, algunos lugares en los que, como por arte de magia, uno puede intuir cómo podía ser juzgada nuestra vida hoy con respecto  a la vida entonces, en el pasado.

Uno de esos lugares es Venecia. Allí,ahí, todavía y de vez en cuando, cabe sentir lo que uno pudo ser siendo quién hoy es, en otro tiempo. Sí, e Venecia hay en algunos sitios "túneles del tiempo", esquinas, calles, recovecos donde -si te dejas- te vas atrás, a otra época sin dejar de ser tú pero olvidando tu dependencia de calmantes, ansiolíticos e información. 

Y por tanto, si te dejas llevar y te aventuras en ellos,  puedes juzgar si tu vida es o no peor o mejor de "tu" vida entonces, si  el "progreso" ha sido algo real o un embeleco.  Esa es la magia de Venecia, la magia de permitirte saber si tu vida hubiera sido mejor vivirla antes, sin calefacción, ni ibuprofeno ni antibióticos, ni televisión ni internet, que hoy y ahora. 

Y no está claro. No hay una respuesta válida para todos ni para cada uno, ni la misma e todo momento. Si te duelen las muelas, hoy es mejor vivir que antes. Pero si no, pues tampoco está tan claro o es tan evidente. Cada cual ha de descubrirlo...y obrar en consecuencia  

 

jueves, 25 de agosto de 2022

DAR LAS GRACIAS

Lo correcto, eso es obvio, es dar las gracias siempre por parte de quien  haya de darlas. Lo correcto, también parece obvio, es que quien las recibe las acepte. Lo que no parece estar tan claro en estos tiempos de degeneración de los usos lingüísticos es cómo hacerlo, o sea, cómo dar las gracias y cómo recibirlas.

Curiosamente, esta dificultad parece afectar mucho más a quiénes reciben las gracias que a quienes los otorgan. En efecto, no hace mucho tiempo, lo habitual es que cuando uno daba las gracias, quien la recibía, cortésmente respondía con un "no hay de qué" que servía no sólo como "acuse de recibo" por parte del agradecido del agradecimiento del receptor de sus favores, sino también como una declaración de principios en la que el agradecido, minusvalorando el valor de los favores prestados, buscaba situarse con esta fórmula lingüística  al mismo nivel, en el mismo plano, que el del beneficiario de sus favores impidiendo así que estos -los favores- implicasen o pudirsee entenderse como una política o una maniobra del benefactor para "ponerse por encima"del beneficiado.

Hoy cada vez se oye menos ese "no hay de qué". Nunca en la televisión o en la radio. En estos medios de comunicación la respuesta a las gracias que un entrevistado recibe por parte de su entrevsitador nunca es un "no hay de qué" sea cuál sea la causa que motiva esas gracias.

 No la respuesta habitual a unas gracias es también unas gracias. La desaparición del "no hay de qué" nítidamente  trasluce que el entrevistado está tan contento porque  hayan contado con él en un medio de comunicación, que no es él quien presta un favor o un servicio al medio de comunicación,dando su opinión o narrando un acontecimiento o lo que sea haya motivado la entrevista, sino que, a la inversa, es el medio quien le hace un favor al entrevistado permitiendo que se hinche un poquito más aún su vanidad.     

Sobre las consecuencias de definir la libertad

 Las palabras No son neutrales. O mejor, el sentido o significado de las palabras tiene su aquél , su importancia. Y no porque haya conflict...