Dejé de leer novelas hace ya muchos años. Exactamente cuando comprendí que mi vida ni había sido ni ya podría ser una novela. Se me había pasado el tiempo.
Y es que, para mí, leer novelas sólo puede ser lectura para aquellos que las pueden leer como una suerte de guías o historias de lo que otros han vivido y que animan al lector a vivir su propia novela, a vivir su propia vida de forma que pueda ser materia de una novela.
Las novelas son, pues, lecturas de juventud. De viejo te das cuenta de que, por delante de tí, ya no queda nada novelable.
Me sorprende por ello enormemente ver a adultos de vidas ya cerradas leyendo novelas. ¿No se dan cuenta de que nada que en ellas se les cuenta podría ya ser vivido por ellos?
Sólo se me ocurre una explicación a este comportamiento: quien ya de mayor lee novelas es como un cotilla. Exactamente igual a los que, incapaces de tener una vida propia, viven vicariamente la de otros. Son como los vecinos que espían con prismáticos la vida de los demás. Mala gente.
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