martes, 9 de septiembre de 2025

Mujeres y política

 Siempre me ha hecho gracia ese gusto o preferencia por la distinción en las formas que parece tienen las mujeres. Consideran  -o eso dicen y manifiestan, que vaya usted a saber si es verdad - que el que una vaya  con el mismo vestido que otra a un festejo de alguna manera lo devalúa, que es de mala suerte. Se trata de una manifestación poco peligrosa de la vanidad personal comparada con la agresividad consustancial de la expresión de la  vanidad  típica masculina que, no obstante, si fuera cierta, si fuera cierta en un sentido esencial, casi biológico,  no dejaría de tener resonancias políticas de calado.

Josep Pla dijo una vez que "las señoras de Occidente no podían resistir que en las poblaciones comunistas no existan escaparates". Leí también en "La invención del futuro" de Denis Gabor acerca de  la ingeniosa política que Siemens llevó a cabo para hacer que los hombres de una zona del Cáucaso alejada de los intercambios mercantiles y donde por consiguiente poco se usaba del dinero aceptasen meterse en una mina a cambio de un  salario. Consistió en abrir  unas tiendas de ropa de moda en los pueblos de la zona. Como las mujeres necesitaban de dinero para comprarla, el camino para satisfacer sus deseos de "ir a la moda" pasó por convencer a sus maridos para que aceptasen hacerse mineros.

El comunismo, o por no ir tan lejos, el decrecimiento que hoy empieza a plantearse como política a seguir ante el desastre ecológico requieren cierta uniformidad de modo de vida que chocaría radicalmente con esa aparente preferencia femenina  por la variedad, por la distinción en las formas. Mal la irían las cosas, pues, a unas políticas que chocasen con los gustos de más de la mitad de la población 

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