lunes, 30 de octubre de 2023

Los "deplorables"

 Hilary Clinton ha sido famosa por muchas cosas, quizás ya por serlo casi de salida quiso serlo aún más y para ello no se le ocurrió otra cosa que tildar en 2016 de "deplorables" (en inglés esta palabra tiene el mismo sentido que en castellano) a buena parte de la clase trabajadora norteamericana por ser homófoba, transfoba, machista, patriotera, ineducada, vulgar estéticamente, antiglobalizadora, paleta, etc., etc., o sea, por no ser como lo es ella de moderna o -aún mejor- postmoderna.

La respuesta de los "deplorables" ante semejante lindeza procedente de un miembro de la elite del Partido Demócrata (la izquierda yanqui) fue la esperable: no la votaron en las elecciones presidenciales, pasando a votar a un millonario del Partido Republicano paleto, homófobo, vulgar, ostentoso y demás: Donald Trump.

Quizás habría que ir recordando esto a nuestra querida izquierda parroquial, a la vez que tampoco estaría mal el recordar a sus exquisitos miembros que sus padres, no hace mucho, tenían con total seguridad las mismas características deplorables que los "deplorables"...como también las tenían juzgados desde el ahora Marx, Schopenhauer, Nietzsche, Lenin, Mao y Fidel Castro, Picasoo, Wagner, Beethoven y tantos y tantos otros. ¿Eran todas estas gentes también deplorables?

Y es que si la clase trabajadora tiene hoy unas formas y modos y opiniones tan deplorables es porque no ha tenido la fortuna de pasar por esas instituciones que se dedican a poco más que a "pulir" a las gentes, o sea, las universidades, por lo que sus formas, modos y opiniones son las de antes, las que se llevaban antes. Es decir que si son -que ciertamente lo son- deplorables lo es, en último extremo, porque no están a la última.

Basta para constatar lo que digo con asomarse a una edición del Diccionario de la Real Academia de hace unos 30 o 40 años y consultar el significado de palabras como invertido, patriota o machista.



lunes, 15 de mayo de 2023

Lápidas

 Con el económicamente razonable hábito social de la incineración frente a la tradicional costumbre -al menos por estos lares- del enterramiento ha desparecido una de las fuentes de información más certeras y relevantes sociológicamente acerca de las pasadas vidas de las gentes.

Antes, en las lápidas lo estaba "todo". El breve espacio que las lápidas otorgaban, sin contar con el coste que el trabajo de los marmolistas suponía,  obligaban a un esfuerzo de concisión y precisión -casi de poesía pura a lo Juan Ramón Jiménez o a lo Paul Valery a -la hora de dar cuenta de quién sus restos ahí por debajo de ellas estaban.

El hecho de que casi todas las lápidas que todavía pueden leerse en nuestros cementerios sólo expresen el nombre y las fechas de inicio y fin de la vida de los muertos señala a las claras que las vidas de esos muertos que los que rememoran fueron vidas tan vacías como el guión que separa ambas cifras. Nada hay en esas lápidas porque nada pasó digno de ser recordado y contado. Vidas pequeñas, vidas vacías,  las de esos muertos, como las de todos nosotros o -mejor- las de casi todos. 

Por supuesto también están las lápidas emperifolladas, las muy patétitas  lápiadas grandilocuentes, teatrales. Pero cuyo exceso verbal aúlla aún más la ficticia vaciedad teatral de las vidas de los muertos a los que tapan.

He pensado en esto en una visita al cementerio ingés de Tánger. En él, junto a las lápidas vacias había abundancia de lápidas -digamos que- "falleras", de esas en que en el mundo anglosajón abundan, en las que tras el nombre del difunto y las fechas que marcan el paréntesis de su vida, aparecen multitid de letritas que muestran que el muerto cuan estaba en vida estaba en posesión de muchos y variados y  vacíos títulos honoríficos y pudo colgarse se su por entonces palpitante pechera muchas y variadas y risbles condecoraciones tras los que penó el difunto en vida. ¿Qué nos dicen esa lápidas? Pues que la vida de los muertos que esconden fue tan vacía, si no más, que las de los muertos de esas otras lápidas, la que casi son  anónimas. Esas que sólo llevan las dos fatídicas fechas. la del nacimiento, la de la mierte.

And yet, and yet...A veces salta donde menos se lo espera uno la liebre de la sorpresa que anuncia la posibilidad -no la probabilidad, no seamos románticos- de que algo en la vida de alguien merezca realmente la pena de ser conocido. Y ahí, en la primera fila de sepulturas pegadas a la fachada norte de la iglesia en ese cementerio iglés de Tánger me espera la sorpresa de que en una de esas lápidas "sin nobleza", en una de esas en las que junto con el nombre del muerto y sus fechas, había algo más. Estaba la siguiente frase:

               FEAR NO MORE FROM THE HEAT OF THE SUN

¡Dios!¡Qué maravilla! Esa frase con la que comienza el Cymbeline de William Shakespeare nos abre la puerta a una persona, no a la vida de una muerto teatral y prepotente, sino a la vida de un ser humano concreto que  quizás incluso a todos aburriese con sus quejas acerca del calor y el sol que hace en Tanger. Pero que, de alguna manera y eso es lo importante, a alguien, a otro ser humano, impactaron tanto -no se sabe si cariñosa o negativamente- como para que se tomase la molestia de que constase esa  particular frase en su lápida mortuoria y así prolongase su recuerdo quizás un siglo más....el tiempo necesario para que el Tiempo borre definitivamente esas palabras, esas letras, de esa piedra y con él avente definitivamente la ceniza de su paso por esta tierra.

 

lunes, 17 de abril de 2023

Desnformación versus malainformación

 Leí una vez en Alain de Botton (en su libro Ansiedad por el status) que"según Max Weber el rito de leer el periódico había sustituido a la asistencia a la iglesia". La tomé como cierta, como un indicativo de cómo la secularización de la sociedad había alterado la manera de entender el mundo: por fin la variedad de fuentes de información, la competencia la discusión, y la búsqueda de la verdad había sustituido a  los sacerdotes y sus mitos. Por fin, gracia a la prensa,  la información empezaba a sustituir a la malainformación. Para ello, dado que la búsqueda de la verdad era un proceso sin fin, la pluralidad informativa, la discusión, los distintos puntos de vista eran esenciales.

En consecuencia -pensaba- la caída en la lectura de periódicos la entendía como un deterioro, una devaluación de la capacidad de entendimiento de los ciudadanos, quienes, al renunciar a los periódicos, acababan recayendo en lo irracional, en usar Internet como medio de información y entendimiento de la realidad.

Cierto que, siempre, en la parte de atrás del cerebro quedba algo que roía esta idea. Y es que los periódicos, y por lo general, los medios de comunicación eran propiedad de empresas, por lo  que, en consecuencia, nada que perjudicase a sus propietarios vería la luz. Ninguna información no deseada para los propietarios recibiría espacio, aire. En suma, que el famoso dicho de que "quien paga al gaitero decide la tonada" se imponía. O sea, que quien pagaba a los periodistas, los sacerdotes de las modernas iglesias informativas, decidían qué oíamos, que sabíamos, cómo entendíamos y explicábamos la realidad.

 Hoy, viendo la increíble desinformación que está rodeando la guerra de Ucrania en que desde todos los medios informativos se proclama la misma cantinela, no puedo menos sino echar de menos los tiempos de antes de los periódicos: mejor la mala información de la Iglesia que la desinformación. Y es que, por lo menos, sabías de qué iba el sacerdote que desde el púlpito señalaba al malo, a Satán, pues no tenía el menor empacho que quien le pagaba por hacerlo era el bueno, Dios. Y, claro está, podías creértelo o no. Era cuestión de fe.  Pero no te engañaba; no te informaba, no; lo que aspiraba era a "bienformarte" a través de su su clara y visible malainformación.

 


sábado, 25 de marzo de 2023

Venecia

 ¿Se puede echar de menos lo que no sólo no se ha tenido sino lo que ni se puede imaginar o soñar que se puede tener ni en el mejor de los casos, ni aun siendo rico y poderoso? No. Por eso es por lo que ninguna de las opiniones acerca de los "viajes en el tiempo", ya sea en forma de literatura o de cinematografía tiene el menor "sentido", o sea, merece la pena considerarla. 

De modo más sencillo. Oigo a alguien decir que "hoy se vive mejor" porque no se imaginaría vivir su vida sin calmantes, sin ibuprofeno o diazepán, sin agua corriente y caliente, sin ninguna de esas amenidades que el "progreso" nos ha concedido o permitido, o mejor dicho, sí se la puede imaginar pero sólo como una auténtica e indefinida tortura de dolores y sufrimientos incesantes. Pero, de nuevo, no se puede hacer así esa comparación:hay que comparar la propia vida de hoy con la imaginaria "propia" vida que uno viviría en un mundo donde ni hubiese ni siquiera fuesen imaginables y en consecuencia no pudiesen echarse de menos  ni el ibuprofeno ni los ansiolíticos ni la televisión.

En suma que,  al margen de la cuestión de qué es o de que a  cuánto asciende  lo que ese "progreso" nos esté  cobrando por esas "amenidades" en términos de deterioro ecológico porque -no lo olvidemos- "nada es gratis", está esa otra cuestión, la de que no nos podemos comparar con el pasado (ni con el futuro) porque no tenemos respecto a  qué compararnos. No tenemos un "punto o nivel de referencia" con respecto al qué medir nuestra real vida vivida o hoy con lo que hubieran sido "otras" vidas vividas en otros tiempos (o con lo que serán en el futuro).

Está claro...Y, sin embargo, ¡ay, sin embargo! parece que hay algunos sitios, algunos lugares en los que, como por arte de magia, uno puede intuir cómo podía ser juzgada nuestra vida hoy con respecto  a la vida entonces, en el pasado.

Uno de esos lugares es Venecia. Allí,ahí, todavía y de vez en cuando, cabe sentir lo que uno pudo ser siendo quién hoy es, en otro tiempo. Sí, e Venecia hay en algunos sitios "túneles del tiempo", esquinas, calles, recovecos donde -si te dejas- te vas atrás, a otra época sin dejar de ser tú pero olvidando tu dependencia de calmantes, ansiolíticos e información. 

Y por tanto, si te dejas llevar y te aventuras en ellos,  puedes juzgar si tu vida es o no peor o mejor de "tu" vida entonces, si  el "progreso" ha sido algo real o un embeleco.  Esa es la magia de Venecia, la magia de permitirte saber si tu vida hubiera sido mejor vivirla antes, sin calefacción, ni ibuprofeno ni antibióticos, ni televisión ni internet, que hoy y ahora. 

Y no está claro. No hay una respuesta válida para todos ni para cada uno, ni la misma e todo momento. Si te duelen las muelas, hoy es mejor vivir que antes. Pero si no, pues tampoco está tan claro o es tan evidente. Cada cual ha de descubrirlo...y obrar en consecuencia  

 

jueves, 25 de agosto de 2022

DAR LAS GRACIAS

Lo correcto, eso es obvio, es dar las gracias siempre por parte de quien  haya de darlas. Lo correcto, también parece obvio, es que quien las recibe las acepte. Lo que no parece estar tan claro en estos tiempos de degeneración de los usos lingüísticos es cómo hacerlo, o sea, cómo dar las gracias y cómo recibirlas.

Curiosamente, esta dificultad parece afectar mucho más a quiénes reciben las gracias que a quienes los otorgan. En efecto, no hace mucho tiempo, lo habitual es que cuando uno daba las gracias, quien la recibía, cortésmente respondía con un "no hay de qué" que servía no sólo como "acuse de recibo" por parte del agradecido del agradecimiento del receptor de sus favores, sino también como una declaración de principios en la que el agradecido, minusvalorando el valor de los favores prestados, buscaba situarse con esta fórmula lingüística  al mismo nivel, en el mismo plano, que el del beneficiario de sus favores impidiendo así que estos -los favores- implicasen o pudirsee entenderse como una política o una maniobra del benefactor para "ponerse por encima"del beneficiado.

Hoy cada vez se oye menos ese "no hay de qué". Nunca en la televisión o en la radio. En estos medios de comunicación la respuesta a las gracias que un entrevistado recibe por parte de su entrevsitador nunca es un "no hay de qué" sea cuál sea la causa que motiva esas gracias.

 No la respuesta habitual a unas gracias es también unas gracias. La desaparición del "no hay de qué" nítidamente  trasluce que el entrevistado está tan contento porque  hayan contado con él en un medio de comunicación, que no es él quien presta un favor o un servicio al medio de comunicación,dando su opinión o narrando un acontecimiento o lo que sea haya motivado la entrevista, sino que, a la inversa, es el medio quien le hace un favor al entrevistado permitiendo que se hinche un poquito más aún su vanidad.     

lunes, 25 de julio de 2022

MADRID, UN COTOLENGO

 La segunda acepción de "cotolengo" es la de "institución donde se interna a enfermos mentales o niños deficientes". Si consideramos la Comunidad de Madrid como una "institución", y si consideramos también que, dado que su gestión política es democrática, sus dirigentes reflejan lo suficientemente bien a la gente que la habita, entonces está más que claro que la Comunidad de Madrid es un cotolengo, pues, a tenor de las opiniones, ideas y políticas que promueven sus dirigentes ("ella" y los suyos) no cabe la más mínima duda de que  la mayoría de sus ciudadanos son o enfermos mentales o niños deficientes. Y los que no lo son  harían bien en pensar en escaparse de ella, del cotolengo que es hoy Madrid, so pena de, por contagio, acabar siendo como ellos.

Sí, Madrid hoy es un cotolengo, en el que  a su entrada podría poner con justeza en ominosas  letras de molde el mismo "lasciate ogni speranza, voi ch'entrate" que Dante ponía a la entrada del Infierno

Pero ya se sabe que la esperanza siempre se resiste a morir,  aún en el infierno. Quizás, ¡ojala!, cuando los internos vayan sufriendo las enteras consecuencias de las  locuras de "ella" y los suyos, ello actúe como "terapia de choque" psiquiátrica de modo que  pudiera ser que algunos de los residentes del cotolengo que es hoy Madrid despierten de su sopor y embrutecimiento. Magra esperanza, pero no hay otra.

miércoles, 15 de junio de 2022

VIAJAR versus TRANSPORTARSE

¡Qué ridícula es la afirmación de los que hoy toman un avión o cogen un ave de que están o se van de viaje! ¡Qué estúpida es la vanidad de los que a la vuelta de uno de esos "viajes", dícen que han viajado y hasta pretenden contarlo para asombrar o posicionarse ante los que se han quedado!

Viajar, en la medida que se hace en un vehículo, cómodamente, a gran velocidad, no es una experiencia. Es una suerte de trituradora que convierte en polvo, en un polvo gris, la variada y dura y coloreada y texturada realidad por la que quien es transportado se mueve. Sólo un sentido juega en los viajes modernos: el de la vista. El transportado, que no viajero, mira displicentemente sin sentirla ni olerla ni oirla, ni por ende,  conocerla, la realidad exterior por la que se mueve, o mejor, que se mueve ante sus ojos como en una pantalla.

Todo lo opuesto a la experiencia del viaje antiguo. Aquel en que uno se movía por sus propios medios: andando. Todos los sentidos eran necesarios para hacerlo, y por ello, la realidad no era triturada por el viajero quien debía aceptarla como tal en su integridad. El viaje antiguo por ello era lento y cansado. Pero repleto de sensaciones. Todos sus sentidos le decían al viajero que no era un espectador de una realidad externa, sino una parte de ella. El viaje de hoy, rápido e insípido, liquidifica como diría Bauman las diferentes realidades en una suerte de aburrida y cansina bebida de cola, como las que sirven en esos medios de transporte a los pretendidos viajeros de hoy. 

Y, como era de esperar, la homogeneización, la descualificación del viaje moderno ha tenido el efecto esperado. Y es que cuando ya no hay distancias tampoco puede haber diferencias. No es que todos los aeropuertos sean iguales, sino que su existencia ha hecho que las realidades que hay fuera de ellos sean cada vez más la misma. La misma comida, la misma gente, lo mismo. Y, enm consecuencia, si ya todo es lo mismo, ¿qué sentido tiene hoy viajar, o mejor dicho desplazarse si en todo lugar es todo lo mismo?


De las edades para el amor y el odio

 Es muy frecuente que las buenas gentes, ésas repletas de buenas intenciones, convengan en señalar que el tiempo nada puede contra las emoci...