Su fe religiosa, nunca
demasiado sólida, recibió su definitivo golpe de gracia –y nunca
mejor dicho- cuando la iglesia en la que rezaba sustituyó las velas
de cera que encendía a la vez que hacía una modesta limosna fueron
sustituidas por una suerte de velas eléctricas. El cambio era
eficiente en términos económicos, pues al hacer la iluminación más
limpia y barata suponía una mejora tanto técnica como económica,
pero para él rezar ante esas velas no era lo mismo, por mucho que la
resistencia eléctrica se hubiese diseñado para remedar las
fluctuaciones de la luz de una vela de verdad, no era lo mismo. Como
ha señalado Jiménez Lozano si se quiere que los
ojos de un icono le
devuelvan a uno la mirada, le reconforten y le escuchen, cualquier
iluminación
no vale.
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