Es muy frecuente que las buenas gentes, ésas repletas de buenas intenciones, convengan en señalar que el tiempo nada puede contra las emociones, que estas que como formas del espíritu que son mueven (de ahí los de e-moción) a los cuerpos hacia su objetos, están al margen del tiempo al menos -claro está- mientras los cuerpos acojan o sean habitados por el espíritu, o sea, al menos mientras el "alzheimer" u otro de esos no haga de las suyas y eche de su casa corporal al espíritu que hasta entonces la habitaba.
Pero no es así. Al igual que el cuerpo envejece con el paspo del tiempo, el tiempo afecta a las emociones. Y es lógico y natural. Y es que, por definición, las emociones requieren, exigen, de su realización, de su cumplimiento, de que el cuerpo se mueva y las haga realidad. La emoción del amor exige para su cumplimiento "mover" a los cuerpos de modo que estos hagan el amor. Y, es obvio, con el tiempo ese concreto "hacer"· se hace más y más difícil aún con la ayuda de la química. Cosas, maldiciones, de la biología. No es por tanto nada extraño ni antinatural que el tiempo del amor sea el de la juventud, el tiempo en que nada le cuesta al cuerpo, sino todo lo contrario, hacer esa emoción, llevarla a cabo, hacer el amor.
Por contra, la emoción antitética del amor, el odio, no está sujeta -al menos en el mismo grado- a una limitación biológica similar. Dejarse llevar por el odio, "hacer" el odio, es algo que puede llevarse a cabo de viejo sin demasiado problema. Por ello no es nada extraño que sea esta, el odio, la emoción típica y característica de la vejez. Como sin emociones no se puede vivir, la dificultad creciente en hacer el amor con el paso del tiempo obliga inexorablemente a que la cuota o porcentaje de la emoción opuesta, el odio, aumente entre los viejos pues hacer el odio sigue siendo fácil. No hay en ello nada premeditado o consciente: sencillamente sucede que es cada vez más fácil odiar para un cuerpo conforme está más cansado y agotado.
Sólo en las películas y cuentos infantiles uno se encuentra con viejos cariñosos y amables. Lo que sí los vemos por ahí, por las calles, son los viejos energuménicos y gritones, aquellos que, incapaces de hacer el amor, siempre dispuestos a "hacer" su odio, por ejemplo, contra Pedro Sánchez al extremo de poner en riesgo sus vidas