En Génesis 25:8 se cuenta que el patriarca Abraham murió "en buena vejez, anciano y lleno de días". "LLeno de días", qué magnífica forma de decir que cada día de su vida estuvo lleno de vida, que fue un día vivido. Pienso que esa forma de vivir, y de morirse, sólo ha estado al alcance de las gentes que vivieron en sociedades aquejadas, no por el progreso, sino por la enfermedad del Progreso. Esa enfermedad cuyo síntoma es hacerte sentir que cada día que vives no es un día completo en sí pues, gracias al Progreso, el realmente completo, el entero, será el día de mañana. Sí, ése que nunca llega, el que gracias al Progreso será un día completo, un día lleno.
Hoy nos morimos habiendo vivido "vidas" aparentemente largas, más largas que las de las gentes de antes, pero realmente más cortas pues nuestras vidas, "gracias" a la enfermedad del Progreso no están llenas de días enteros sino llenas de días incompletos, días pasados a la espera, esperando esa vida llena que el Progreso no para nunca de prometer que nos traerá, pero que nunca cumple su promesa
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