domingo, 5 de enero de 2025

De las edades para el amor y el odio

 Es muy frecuente que las buenas gentes, ésas repletas de buenas intenciones, convengan en señalar que el tiempo nada puede contra las emociones, que estas que como formas del espíritu que son  mueven (de ahí los de e-moción) a los cuerpos hacia su objetos, están al margen del tiempo al menos -claro está- mientras los cuerpos acojan o sean habitados por el espíritu, o sea, al menos mientras el "alzheimer" u otro de esos no haga de las suyas y eche de su casa corporal al espíritu que hasta entonces la habitaba. 

Pero no es así. Al igual que el cuerpo envejece con el paspo del tiempo, el tiempo afecta a las emociones. Y es lógico y natural. Y es que, por definición, las emociones requieren, exigen, de su realización, de su cumplimiento, de que el cuerpo se mueva y las haga realidad.  La  emoción del amor exige para su cumplimiento "mover" a los cuerpos de modo que estos hagan el amor. Y, es obvio, con el tiempo ese concreto "hacer"· se hace más y más difícil aún con la ayuda de la química. Cosas, maldiciones,  de la biología. No es por tanto nada extraño ni antinatural que el tiempo del amor sea el de la juventud, el tiempo en que nada le cuesta al cuerpo, sino todo lo contrario,  hacer esa emoción, llevarla a cabo, hacer el amor.

Por contra, la emoción antitética del amor, el odio, no está sujeta -al menos en el mismo grado- a una limitación biológica similar. Dejarse llevar por el odio, "hacer" el odio,  es algo que puede llevarse a cabo de viejo sin demasiado problema. Por ello no es nada extraño que sea esta, el odio, la emoción típica y característica de la vejez. Como sin emociones no se puede vivir, la dificultad creciente en hacer el amor con el paso del tiempo obliga inexorablemente a que la cuota o porcentaje de la emoción opuesta, el odio, aumente entre los viejos pues hacer el odio sigue siendo fácil. No hay en ello  nada premeditado o consciente: sencillamente sucede que es cada vez más fácil odiar para un cuerpo conforme está más cansado y agotado.

Sólo en las películas y cuentos infantiles uno se encuentra con viejos cariñosos y amables. Lo que sí los vemos por ahí, por las calles, son los viejos energuménicos y gritones, aquellos que, incapaces de hacer el amor,  siempre dispuestos  a "hacer" su odio, por ejemplo, contra Pedro Sánchez al extremo de poner en riesgo sus vidas

jueves, 21 de noviembre de 2024

Suspender

 A lo largo de estos ya demasiados  años en el oficio de docente se me han ido viniendo a las mientes algunas "verdades" que, paradójicamente, no lo son para la mayoría de las gentes. Una de ellas, y a la que quiero referirme aquí, se refiere al descuidado pero  importantísimo papel que, en la formación del carácter, tiene el que los docentes suspendan  a sus alumnos...incluso inmerecidamente (dentro de ciertos límites, claro está)

En efecto: Aunque en estos días el "suspender" esté socialmente mal visto, hasta el extremo de llegar a dar por un hecho cierto la más que curiosa "tesis" de que la existencia de alumnos suspendidos sólo es muestra evidente de la incapacidad del docente, de modo que lo que sucede realmente cuando un profesor suspende a un alumno es que quien está suspendiendo es el profesor, lo cierto es que cuando un profesor suspende a un alumno -merecida o inmerecidamente- lo que está sucediendo es que el profesor - un "otro"- está cuestionando las ideas, opiniones, creencias,  que constituyen o definen o conforman el "yo" del estudiante o alumno..., críticas, que tiene por obligación que aceptar o "tragar".

Pues bien. A lo largo de los años he observado que nadie que no haya sido enseñado a recibir críticas en su proceso de formación, o sea, nadie que no haya sido suspendido, sabe cómo encajar críticas. Ocurre así que la inmensa mayoría de quienes no han pasado por un proceso educativo, por lo que nunca han sido suspendidos, es capaz de tomarse una crítica por lo que realmente es, o sea, cómo un cuestionamiento de la eficacia o la idoneidad del comportamiento o de las ideas que uno tiene (un asunto técnico por tanto) con vistas a su ulterior mejora, sino como un atentado en tosa regla a la Esencia o Identidad de "uno mismo".  En consecuencia, los que han sido suspendidos son más capaces de aceptar las críticas y por ende variar y acomodar su comportamiento, o sea, son más eficientes, que quienes al no haber sido nunca suspendidos se toman toda crítica malamente , empecinándose en su mal comportamiento por mor de defender su "dañada" identidad.

 

viernes, 5 de julio de 2024

Sobre la eutanasia y los "creyentes"

 


Cada vez me resultan más cargantes los llamados "creyentes". No soporto esa mezcla de estupidez e irracionalidad con ese aire de superioridad moral de la que hacen gala. Tomemos, por ejemplo, su reacción en el caso de la eutanasia, del suicidio asistido, al que los médicos creyentes se niegan a asistir por razones morales, o sea, por su conciencia de superioridad moral como creyentes.

Pero bueno. ¿De qué va esta tontería? ¿De dónde surge esa su actitud ante el suicidio? Veamos. Si esta pandilla de vagos moralizantes fuese sincera y creyese realmente en sus creencias debería suicidarse en masa para así llegar cuanto antes a su objetivo último: estar en  presencia de "su" señor para disfrutar de lo que "allí arriba",  en el "más allá" o en "el Cielo" se pueda disfrutar. Pero no. Les entra canguelo ante la idea de ser consistentes con sus creencias, y suicidarse. Te dicen entonces que no, que no hay que tener prisa en acercarse al "señor", que suicidarse está mal porque la vida que un suicida se quita no es suya sino del "señor", incluso aunque el suicida no se crea la historia del "señor". Y claro, la implicación es obvia: nada de eutanasia. Nada de ayudar a otros cuya vida aquí y ahora es una tortura sin solución de continuidad., 

Pero, ¡qué estupidez es esa! ¿Por qué su "señor"  habría de castigar a quienes quisiesen acercársele a "él" cuanto antes usando del suicidio como método más rápido y seguro? No hay ninguna razón dentro de sus coordenadas mentales. Impedir el suicidio de los creyentes sólo lo haría, por cierto,  un auténtico "señor" hijoputa y rastrero pues resulta obvio que cuanto más uno viva en este mundo terrenal mayores serán las probabilidades de que acabe pecando gravemente (cometa alguno de esos pecados llamados mortales) y aumente sus posibilidades de acabar no en el "cielo" sino en el "infierno" soportando penurias y castigos dolores toda la Eternidad. Es decir que la estrategia del suicidio es sin duda para cualquier creyente la mejor de las estrategias para no pecar, por lo que prohibirla es lógicamente, un incentivo a cometer pecados. 

Lo dicho. Abomino de los "creyentes". Individuos irracionales que se las dan de bondadosos. Mala gente realmente.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Sobre las consecuencias de definir la libertad

 Las palabras No son neutrales. O mejor, el sentido o significado de las palabras tiene su aquél, su importancia. Y no porque haya conflicto, pelea o disputa por no haber  acuerdo acerca de ese significado, de ése su sentido, sino porque sea cuál sea ese significado, aunque sea unánimemente compartido o acordado, actúa como una suerte de señal de tráfico que nos prohíbe ir por una senda o camino mental o moral, o incluso, nos exige ir por un otro determinado, lo que no es lo mismo.

Tiene por ello mucha razón los filósofos deconstruccionistas franceses, los que "beben" de Nirtzsche, Michel Foucault o Jacques Derrida, cuando señalan que la gran pelea no se da en el terreno económico, político o social, sino en el de lo imaginario, el terreno en el que se da el significado a las palabras. Las peleas en los otros "terrenos" o dimensiones de "lo" real son consecuencia, reflejos, de la pelea que se vive -si es que la hay, lo cual sólo sucede de vez en cuando en la Historia- en el campo de batalla de los significados.

¿Un ejemplo? La idea o noción de lo que es la libertad. Se oponen, aquí, en ese terreno conceptual de los significados, dos grandes interpretaciones o significados opuestos. Por un lado estarían los que consideran que la libertad es un cupo, un cuanto, algo definido, concreto o limitado, de modo que la "lucha por la libertad" es un juego de suma cero, de modo que las ganancias en libertad de los unos están asociadas a las pérdidas de libertad de los otros.

Desde la idea kantiana tan repetida de que la libertad de uno empieza donde acaba la libertad de otro, hasta la noción marxista de la lucha de clases, en la que los ascensos en la libertad de los de abajo sólo pueden producirse si los de arriba experimentan pérdidas en su libertad de tamaño igual, variaciones idénticas de su libertad aunque de distinto signo, esta posición es defendida o sostenida por pesimistas y por "realistas" empíricos que nunca ven que en el mundo de los humanos la libertad de un grupo dominado haya sido otorgada graciosamente por un grupo dominante, que siempre siempre haya tenido que ser conquistada.

De otro lado andarían mentalmente los optimistas, los liberales, los ilustrados del XVIII y los anarquistas discípulos tanto de Bakunin como de Kropotkin, todos ellos buenas gentes que comulgan con la idea de que la libertad no está limitada o tasada, de modo que "la mayor libertad de unos expande la libertad de los otros". 

¿Quién tiene "razón"? ¿qué significado es "el correcto"? No lo se porque no soy un filósofo o porque quizás estas son preguntas "carentes de sentido".  Si uno cree en la segunda de las concepciones de la libertad, cuanta más libertad tengan capitalistas mayor será la libertad de la que gocen los trabajadores (como defienden Millei y los neoliberales) , pero también a la inversa. Si uno cree en la segunda de las concepciones de la libertad, cuanta más libertad tengan "las mujeres" más libres lo serán los hombres.

Por contra, si uno cree en la primera de las concepciones de la libertad entonces, si los empresarios o las mujeres gozan de más libertades menor será la cuota de libertad de trabajadores y de varones. 

Y lo mismo, lo mismo pasa con las "libertades" de los emigrantes, de los trans, de los pederastas, etc., etc. Con lo que, al final, todos los conflictos sociales, económicos y políticos  sería nominalistas, tendrían una raíz filosófica/gramatical. El significado o sentido de la palabra libertad lo definiría y trataría de imponerlo siempre el más fuerte en defensa de sus intereses. Y, entonces, un cambio, o la anticipación de un cambio en ese significado vendría a servir como "señal de alerta temprana" de los cambios reales en las sociedades donde antes dominase de modo indiscutible pues señalaría que una nueva definición o concepción de la libertad estaría entrando en las cabezas de las gentes.

Algo así lo he visto suceder a lo largo de mi propia vida. De una época en que predominaba la idea de que la libertad de uno limitaba con la de otro, lo que implicaba que más libertad para los trabajadores suponía menos libertad para las empresas que dominó en mi juventud en tiempos de la Transición quer -recuerdo- llevó al por aquellos lejanos tiempos presidente de la CEOR, Carlos Ferrer Salat, a organizar un multitudinario acto en Madrid para reivindicar que no estaba en la esencia de los empresarios el ser  explotadores de los trabajadores, veo ahora el triunfo indiscutible de la anarquista definición de la libertad tal y como la defienden gentes tan ilustradas como Javier Millei y la señora Isabel Diaz Ayuso, cuya idea de que todos, con la ayuda de los proverbiales influencers andorranos,  podemos ser a la vez más libres, de que la libertad de cada uno expande la libertad de los demás hasta el infinito...y más allá,  ha conquistado los cerebros de las gentes menores de cuarenta años.


viernes, 17 de noviembre de 2023

Acerca de la moralidad "familiarista"

A cuenta de la última del Partido Popular, o sea, su cada vez más acusada deriva fascista o nazi (con todas las letras) que ha alcanzado en estos días un punto de difícil retorno cuando siguiendo al pie de la letra las enseñanzas de los grupúsculos proetarras, increíblemente,  ha decidido comportarse exactamente igual que lo hacían los grupos proetarras: señalizando a quién sabe quién que todos sabemos a quienes deben ser sus "dianas", sus  "objetivos": los diputados del PSOE, oigo a un conocido comentar que, afortunadamente, eso no es un asunto del que se vaya a hablar en las próximas fiestas navideñas pues en su familia no se habla de política para evitar que se rompa.

O sea, la "moralidad" tradicional española. Ésa que se caracteriza por el "familiarismo", o sea, por anteponer la familia a TODO lo demás. Son familiaristas, así, la gente de izquierdas (o de derechas) que reconociendo tener "familia" de derechas (o de izquierdas), decide cuando está con ella no tratar ningún tema de carácter público para evitar "males mayores".

O sea, que para salvar esa condenable "moralidad" mafiosa o familiar se estima correcto "tragarse" las opiniones que sean susceptibles de disputa, debate o riña. Todos sabemos de qué se trata. Esa gente que incluso se enorgullece de que en su familia no se habla de política tras reconocer que sus padres, hermanos o cuñados son en el fondo "buena gente", si bien son -no sé si en el fondo o en la superficie- unos fascistas, unos neonazis. 

Si , como decía Aristóteles, el hombre es esencialmente un zoon politikon, un "animal político" definido por su pertenencia a una "polis", a una ciudad, no es nunca aceptable el "taparse los ojos" ante los familiares inmorales por el mero y caprichoso hecho circunstancial de ser de la familia. Es decir, que el aceptar por ejemplo como respetables, por ser  miembros de una "familia",  a aquellos que señalan a los rivales políticos para que los sicarios actúen en consecuencia, degrada también a quienes aceptan a sus familiares "fachas" al estado de cómplices en la ignominia.


 

lunes, 30 de octubre de 2023

Los "deplorables"

 Hilary Clinton ha sido famosa por muchas cosas, quizás ya por serlo casi de salida quiso serlo aún más y para ello no se le ocurrió otra cosa que tildar en 2016 de "deplorables" (en inglés esta palabra tiene el mismo sentido que en castellano) a buena parte de la clase trabajadora norteamericana por ser homófoba, transfoba, machista, patriotera, ineducada, vulgar estéticamente, antiglobalizadora, paleta, etc., etc., o sea, por no ser como lo es ella de moderna o -aún mejor- postmoderna.

La respuesta de los "deplorables" ante semejante lindeza procedente de un miembro de la elite del Partido Demócrata (la izquierda yanqui) fue la esperable: no la votaron en las elecciones presidenciales, pasando a votar a un millonario del Partido Republicano paleto, homófobo, vulgar, ostentoso y demás: Donald Trump.

Quizás habría que ir recordando esto a nuestra querida izquierda parroquial, a la vez que tampoco estaría mal el recordar a sus exquisitos miembros que sus padres, no hace mucho, tenían con total seguridad las mismas características deplorables que los "deplorables"...como también las tenían juzgados desde el ahora Marx, Schopenhauer, Nietzsche, Lenin, Mao y Fidel Castro, Picasoo, Wagner, Beethoven y tantos y tantos otros. ¿Eran todas estas gentes también deplorables?

Y es que si la clase trabajadora tiene hoy unas formas y modos y opiniones tan deplorables es porque no ha tenido la fortuna de pasar por esas instituciones que se dedican a poco más que a "pulir" a las gentes, o sea, las universidades, por lo que sus formas, modos y opiniones son las de antes, las que se llevaban antes. Es decir que si son -que ciertamente lo son- deplorables lo es, en último extremo, porque no están a la última.

Basta para constatar lo que digo con asomarse a una edición del Diccionario de la Real Academia de hace unos 30 o 40 años y consultar el significado de palabras como invertido, patriota o machista.



lunes, 15 de mayo de 2023

Lápidas

 Con el económicamente razonable hábito social de la incineración frente a la tradicional costumbre -al menos por estos lares- del enterramiento ha desparecido una de las fuentes de información más certeras y relevantes sociológicamente acerca de las pasadas vidas de las gentes.

Antes, en las lápidas lo estaba "todo". El breve espacio que las lápidas otorgaban, sin contar con el coste que el trabajo de los marmolistas suponía,  obligaban a un esfuerzo de concisión y precisión -casi de poesía pura a lo Juan Ramón Jiménez o a lo Paul Valery a -la hora de dar cuenta de quién sus restos ahí por debajo de ellas estaban.

El hecho de que casi todas las lápidas que todavía pueden leerse en nuestros cementerios sólo expresen el nombre y las fechas de inicio y fin de la vida de los muertos señala a las claras que las vidas de esos muertos que los que rememoran fueron vidas tan vacías como el guión que separa ambas cifras. Nada hay en esas lápidas porque nada pasó digno de ser recordado y contado. Vidas pequeñas, vidas vacías,  las de esos muertos, como las de todos nosotros o -mejor- las de casi todos. 

Por supuesto también están las lápidas emperifolladas, las muy patétitas  lápiadas grandilocuentes, teatrales. Pero cuyo exceso verbal aúlla aún más la ficticia vaciedad teatral de las vidas de los muertos a los que tapan.

He pensado en esto en una visita al cementerio ingés de Tánger. En él, junto a las lápidas vacias había abundancia de lápidas -digamos que- "falleras", de esas en que en el mundo anglosajón abundan, en las que tras el nombre del difunto y las fechas que marcan el paréntesis de su vida, aparecen multitid de letritas que muestran que el muerto cuan estaba en vida estaba en posesión de muchos y variados y  vacíos títulos honoríficos y pudo colgarse se su por entonces palpitante pechera muchas y variadas y risbles condecoraciones tras los que penó el difunto en vida. ¿Qué nos dicen esa lápidas? Pues que la vida de los muertos que esconden fue tan vacía, si no más, que las de los muertos de esas otras lápidas, la que casi son  anónimas. Esas que sólo llevan las dos fatídicas fechas. la del nacimiento, la de la mierte.

And yet, and yet...A veces salta donde menos se lo espera uno la liebre de la sorpresa que anuncia la posibilidad -no la probabilidad, no seamos románticos- de que algo en la vida de alguien merezca realmente la pena de ser conocido. Y ahí, en la primera fila de sepulturas pegadas a la fachada norte de la iglesia en ese cementerio iglés de Tánger me espera la sorpresa de que en una de esas lápidas "sin nobleza", en una de esas en las que junto con el nombre del muerto y sus fechas, había algo más. Estaba la siguiente frase:

               FEAR NO MORE FROM THE HEAT OF THE SUN

¡Dios!¡Qué maravilla! Esa frase con la que comienza el Cymbeline de William Shakespeare nos abre la puerta a una persona, no a la vida de una muerto teatral y prepotente, sino a la vida de un ser humano concreto que  quizás incluso a todos aburriese con sus quejas acerca del calor y el sol que hace en Tanger. Pero que, de alguna manera y eso es lo importante, a alguien, a otro ser humano, impactaron tanto -no se sabe si cariñosa o negativamente- como para que se tomase la molestia de que constase esa  particular frase en su lápida mortuoria y así prolongase su recuerdo quizás un siglo más....el tiempo necesario para que el Tiempo borre definitivamente esas palabras, esas letras, de esa piedra y con él avente definitivamente la ceniza de su paso por esta tierra.

 

De las edades para el amor y el odio

 Es muy frecuente que las buenas gentes, ésas repletas de buenas intenciones, convengan en señalar que el tiempo nada puede contra las emoci...