La inapagable sed de aplauso de artistas, académicos, políticos e tutti quanti refleja, no la henchida vanidad de sus redondos egos, sino todo lo contrario, su patética escualidez que, al igual que globos pinchados necesitan de continuo inflado so pena de no levantar del suelo ni los mínimos centímetros para siquiera malvivir.
Por contra, aquellos bien seguros de sí no sólo no necesitan de alabanzas ni ovaciones sino que, más bien, las rehúyen y desprecian. Sus egos, ya saciados de por sí, las rechazan con disgusto como platos grasientos, azucarados o flatulentos que no alimentan sino sólo hinchan
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