David
Jacobs señala en su Master
Builders of the middle ages (New
York: American Heritage, 1969) que el refinamiento técnico del arte
de las vidrieras a lo largo del siglo XIII alcanzó un “nivel de
perfección técnica que finalmente causó un declive en su fuerza
artística” (113).
Las primitivas técnicas que tenían su origen y
prácticamente no habían cambiado desde el antiguo Egipto producían
“el cristal más maravilloso –un cristal que aparentemente estaba
determinado a ser un obstáculo a los rayos del sol. Sus rayaduras,
fracturas, burbujas, rizos y roturas no podían parar a la
todopoderosa luz, pero podían endentecerla, cambiarla y dejarla
pasar a la catedral más hermosa de lo que había estado durante su
largo viaje a la Tierra”(114).
Con los adelantos técnicos, “los
artesanos aprendieron a usar el calor y la presión para tintar el
cristal de modo homogéneo. Plancharon las burbujas y evitaron que
los rebordes se curvaran, eliminaron las fracturas y consiguieron un
cristal suave y transparente…Pero el cristal perfeccionado ya no se
oponía al sol, y el sol, a su vez, lo ignoraba y pasaba a su través
como si no hubiera nada en absoluto” (114). O sea, que los adelantos técnicos, la perfección técnica acabó con el arte. ¿Es esto una simple
paradoja aplicada a algunos ejemplos concretos o se puede generalizar
a la mayor parte de las experiencias y creaciones humanas? ¿Puede ocurrir que la capacidad de expresión y de seducción, la fuerza emotiva y estética aniden en la no perfección técnica, que la perfección técnica sea como tal antihumana?
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