Parece que es habitual que los
manuales de urgencias médicas establezcan que los primero que hay
que hacer cuando se ha de tratar a un enfermo aquejado de algún tipo
de síncope es, si es varón, desanudarle el nudo de la corbata,
desabrocharle el botón superior de la camisa y aflojarle el cinturón
y desabrocharle el botón de los pantalones para que pueda
respirar. Para una
mujer lo indicado es enteramente similar y con el mismo propósito
sólo que el aflojamiento de la corbata se sustituye por desabrochar
el sujetador.
Lo sorprendente es que esto no sorprenda. Lo sorprendente es que pase como normal algo que debiera ser tan anormal como que una cultura haya establecido como modo de vestimenta habitual una serie de aparejos y adminículos que inhiben en buena medida una de las funciones más básicas – o quizás la más por su urgencia- para la vida: el respirara libremente. Y parece que es la moderna civilización occidental la que ha hecho convertido una tal anormalidad en un patrón normal de conducta. Patrón que está exportando rápidamente a otras culturas, hasta hace poco libres de semejantes restricciones elementales, y hoy deseosas de introducirlas como corresponde al habitual comportamiento imitador que suelen tener los que se sienten menos desarrollados.
Resulta cuando menos curioso saber por la historia del vestido que no fue así siempre, que incluso en el mundo occidental era habitual en la Edad Media y en la Moderna el uso de amplias túnicas, trajes y vestidos sueltos y tirantes que dejaban al cuerpo libre para que ejerciese sus naturales funciones respiratorias (y facilitasen otras igual de naturales, también somos la única cultura en que los hombres mean de pie –y ello es un indicador de virilidad- en tanto cagan no en cuclillas como en casi todas partes era lo habitual sentados sino bien sentados –como también lo hacen las mujeres- con los efectos generadores de hemorroides que los médicos también conocen). Sin necesidad de acudir a argumentos sacados de algunas de esas medicinas alternativas de corte no occidental para las que una buena respiración es una de las técnicas más fundamentales para una vida saludable (técnicas de respiración que cualquiera podría pensar fuera instintiva pero que ahora en este mundo occidental habría sido olvidada), no puede por menos sino plantearse la pregunta del porqué esas vestimentas tan antinaturales.
Y aquí el ejemplo de las ligaduras de los pies de las chinas de clase alta puede dar quizás alguna pista del proceso implicado. Como es conocido, los pies mínimos y deformados que impedían a las mujeres chinas de cierto rango casi andar han sido una elemento cultural chino desde hace siglos que refleja no sólo la existencia de superioridad masculina sino también un elemento de consumo conspicuo como señalaría Veblen.
El tener una mujer inhábil para andar es una señal de la capacidad económica de su marido “propietario” que puede permitirse el lujo de mantener a un ser inútil. Pues bien, parece cierto que las vestimentas y aparejos inhábiles para la respiración empiezan a ser usados fundamentalmente por las miembros de las clases más pudientes de la sociedad capitalista a partir del siglo XVIII y fundamentalmente el XIX. A fin de cuentas, el llevar adminículos que impiden respirar con facilidad es una señal que emite quien lo lleva de que no han de ejercer ningún esfuerzo físico para ganarse la vida, que ya ocupa u ostenta una buena posición social. Las vestimentas llamadas hoy “casuales” (a partir de la palabra inglesa casual) son propias de jóvenes y trabajadores manuales, e incluso también se las ponen los miembros de las clases pudientes cuando están “fuera de servicio”, es decir, cuando no han de transmitir la señal de dignidad y poder, dignidad y poder que, dista de ser algo simbólico, les ahoga
Lo sorprendente es que esto no sorprenda. Lo sorprendente es que pase como normal algo que debiera ser tan anormal como que una cultura haya establecido como modo de vestimenta habitual una serie de aparejos y adminículos que inhiben en buena medida una de las funciones más básicas – o quizás la más por su urgencia- para la vida: el respirara libremente. Y parece que es la moderna civilización occidental la que ha hecho convertido una tal anormalidad en un patrón normal de conducta. Patrón que está exportando rápidamente a otras culturas, hasta hace poco libres de semejantes restricciones elementales, y hoy deseosas de introducirlas como corresponde al habitual comportamiento imitador que suelen tener los que se sienten menos desarrollados.
Resulta cuando menos curioso saber por la historia del vestido que no fue así siempre, que incluso en el mundo occidental era habitual en la Edad Media y en la Moderna el uso de amplias túnicas, trajes y vestidos sueltos y tirantes que dejaban al cuerpo libre para que ejerciese sus naturales funciones respiratorias (y facilitasen otras igual de naturales, también somos la única cultura en que los hombres mean de pie –y ello es un indicador de virilidad- en tanto cagan no en cuclillas como en casi todas partes era lo habitual sentados sino bien sentados –como también lo hacen las mujeres- con los efectos generadores de hemorroides que los médicos también conocen). Sin necesidad de acudir a argumentos sacados de algunas de esas medicinas alternativas de corte no occidental para las que una buena respiración es una de las técnicas más fundamentales para una vida saludable (técnicas de respiración que cualquiera podría pensar fuera instintiva pero que ahora en este mundo occidental habría sido olvidada), no puede por menos sino plantearse la pregunta del porqué esas vestimentas tan antinaturales.
Y aquí el ejemplo de las ligaduras de los pies de las chinas de clase alta puede dar quizás alguna pista del proceso implicado. Como es conocido, los pies mínimos y deformados que impedían a las mujeres chinas de cierto rango casi andar han sido una elemento cultural chino desde hace siglos que refleja no sólo la existencia de superioridad masculina sino también un elemento de consumo conspicuo como señalaría Veblen.
El tener una mujer inhábil para andar es una señal de la capacidad económica de su marido “propietario” que puede permitirse el lujo de mantener a un ser inútil. Pues bien, parece cierto que las vestimentas y aparejos inhábiles para la respiración empiezan a ser usados fundamentalmente por las miembros de las clases más pudientes de la sociedad capitalista a partir del siglo XVIII y fundamentalmente el XIX. A fin de cuentas, el llevar adminículos que impiden respirar con facilidad es una señal que emite quien lo lleva de que no han de ejercer ningún esfuerzo físico para ganarse la vida, que ya ocupa u ostenta una buena posición social. Las vestimentas llamadas hoy “casuales” (a partir de la palabra inglesa casual) son propias de jóvenes y trabajadores manuales, e incluso también se las ponen los miembros de las clases pudientes cuando están “fuera de servicio”, es decir, cuando no han de transmitir la señal de dignidad y poder, dignidad y poder que, dista de ser algo simbólico, les ahoga
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