Llama
poderosamente la atención cuando uno se asoma a las viejas novelas,
por no hablar de El Libro de Libros, la Biblia, el que a lo que
parece, antes,
a partir de cierta edad,si uno había estado ligeramente atento ya se
podía dar por satisfecho, pocas “novedades” le esperaban, sólo
repeticiones sobre unas historias ya contadas y ya vividas. Vivir, ya
cumplidos cierto número de años de vida, no era sino revivir
o presenciar variaciones sobre unos viejos argumentos.
Consecuentemente, el mal trago que siempre ha sido la muerte, sin
dejar de por ello de serlo, era más tragadero.
Un hombre ya moderno
como Luis Buñuel pero de raíces todavía viejas llegó a decir en
sus inapreciables memorias, que lo que más le desagradaba de la
muerte era que, de vez en cuando, no se pudiese levantar a leer los
periódicos para seguir estando al corriente de lo que pasaba. Dicho
a la inversa, en un tiempo sin periódicos quizás la muerte no
estuviera tan mal, después de todo.
La cuestión la plantea muy bien
el escritor chino Lin Yun Tang en La
importancia
de
vivir. Antes con unos 50-55 años ya se había visto todo, con lo que ya era
tiempo de tomarse las cosas con tranquilidad y sosiego, sin ajetreo
pues ¿para qué? si ya se sabía por dónde podían salir las cosas
o los problemas. Dicho con otras palabras, 50 años de vida no
enteramente desatenta daban antes para hacerse un idea adecuada de
las cosas de la vida.
Hoy, sin embargo, con la aceleración histórica
del tiempo, con la rapidez que ha invadido nuestros días, con los
incesantes descubrimientos y la abolición de las distancias, con los
cambios que todo ello conlleva en el medio ambiente natural y social
que envuelve nuestras vidas, no parece que 50 años de vida den para
mucho. Al final de nuestra vida no parece que hayamos alcanzado un
nivel de control sobre ella siquiera equivalente al que un adulto
joven tenía de la suya 200 años atrás.
Entiéndaseme, es posible
que no haya nuevos argumentos en esta tragicomedia que es la vida de
cada cual. No importa, lo que ocurre es que sean nuevos o los mismos,
su representación, su expresión o exposición son cada vez tan
diferentes que se necesita ser un profundo filósofo para descubrir
bajo tamaña diversidad la similitud. Para el común de los mortales,
los cambios externos son tan fuertes que todo le es cada día nuevo,
y la consecuencia es que su vida en términos efectivos es más
corta. Vive más biológicamente pero entiende menos lo que le pasa.
Controla menos su vida, luego muere como si fuera un niño. Prodigio
de mundo este en que, gracias a la técnica y la ciencia cada vez morimos
más jóvenes.
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