Que se estima que más del 80%
del tráfico en Internet tiene un contenido sexual si no directamente
pornográfico debiera llamar a capítulo reflexivo a tutti
quanti hablan y no
paran de la nueva y ultimísima “revolución social y económica”
que están suponiendo las nuevas tecnologías de la comunicación y
la información, puesto que a fin de cuentas el sexo es una actividad
de lo más antiguo y común, por lo que que haya nuevas formas de
comunicarla e informarla no parece que sea algo tan revolucionario o
importante a tenor de la facilidad con que la especie humana se las
ha arreglado hasta ahora con este asunto. Pero hay más, el que las
gentes utilicen de forma tan alegre tan portentoso medio como medio
de a sacarse o quitarse los trapos más o menos anónimamente me
suscita una reflexión adicional y quizás más profunda.
Hace años,
en la ciudad de provincias en la que me crié había un pequeño y
bastante maltrecho zoológico. Una de sus atracciones más
importantes para la mirada ya sucia de los adolescentes de mi epoca
consistía en contemplar la desenfrenada actividad masturbatoria a la
que se entregaba sin pausa un chimpancé que en solitario poblaba una
estrecha jaula. No sé si la biología apoyaría la conclusión a la
que llegué por aquel entonces, por lo que no veo hoy razones para
cambiarla, y es que parecía claro que la causa de esa continua
actividad autoerótica habría que ponerla en la carencia de estímulos
externos que la soledad y la exigua y destartalada cárcel en las que
malvivía el mono le suponía.
El recuerdo de ese chimpancé encerrado tras sus barrotes me hace pensar en los internautas “encerrados” tras sus pantallas dedicándose compulsivamente, a lo que parece, a similares actividades. La única diferencia es que en tanto que el mono bien que veía sus barrotes, no sucede lo mismo con los navegantes, a quienes por el contrario bien que se les vende la idea de que la Red es la libertad.
El recuerdo de ese chimpancé encerrado tras sus barrotes me hace pensar en los internautas “encerrados” tras sus pantallas dedicándose compulsivamente, a lo que parece, a similares actividades. La única diferencia es que en tanto que el mono bien que veía sus barrotes, no sucede lo mismo con los navegantes, a quienes por el contrario bien que se les vende la idea de que la Red es la libertad.
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