martes, 27 de agosto de 2019

Bovarismo e imprenta


Bovarismo es un término creado por Jules de Gaultier (Le bovarysme, 1902), para designar "el poder que tiene el hombre para concebirse otro del que es" y, por consiguiente, para crearse una personalidad ficticia y desempeñar un papel al que se atiene a pesar de su verdadera naturaleza y de los hechos. Este término fue sacado del nombre de Ema Bovary, la personaje de la novela Madame Bovary, de Flaubert. Gaultier amplió posteriormente el significado de "bovarismo", aplicándolo a todas las ilusiones que los individuos o los pueblos se forjan sobre ellos mismos. 

Según cuenta Aldous Huxley, Gaultier afirmaba que cada persona tendría su particular ángulo bovárico, definido como la graduación que separa su personalidad real de su personalidad bovárica. Individuos con un angulo bovárico de 180 grados se verían obligados a anular totalmente su personalidad real pues esta se encontraría en directa oposición a su personalidad bovárica, con los conflictos psicológicos que pueden esperarse. Por contra individuos con un ángulo de cero grados, serían “felices” en la medida que si personalidad real podría expresarse sin ambages pues coincidiría con la personalidad deseada. 

La cuestión es de donde surge esa personalidad bovárica para el caso general. Flaubert, atinadamente, señala dónde hay que mirar para buscar la personalidad bovárica. Así, Emma Bovary se creó una personalidad a partir de la lectura de novelas. Hoy, tras la revolución gráfica de los siglos XIX y XX a la literatura se le añaden el cine y la televisión como veneros donde dirigirse para buscar la personalidad bovárica. Pero el así razonar nos lleva, indirectamente, a señalar los tiempos previos a la revolución de la imprenta como más sanos psicológicamente en el sentido de que no se habían construido todavía modelos de personalidad a imitar de modo general. 

Cierto que desde Homero existen modelos de “conducta” que la literatura ha impuesto como aconsejables, cierto también que todas las religiones establecen así mismo decálogos de “conducta”. Pero en ambos casos son modelo de conducta no de personalidad los que se prescriben pues esa idea todavía les es ajena a los individuos. Es con la imprenta y el renacimiento, con la reaparición de la persona cuando surge la cuestión de establecer una personalidad deseada a la que se den conformar en la mayor medida posible los ciudadanos imitándola. Maquiavelo en El principe, Castiglione en El Cortesano empiezan ese ejercicio que ha llegado hoy a un punto casi final cuando ya no sólo tratamos de conformarnos psicológicamente a los modelo impuestos por la sociedad sino hasta físicamente mediante la moderna cirugía plástica. Posiblemente el punto final de la bovarización será cuando la moderna investigación en neurofisiología de sus frutos y ofrezca los métodos para conformar mediante una “cirugía” plástica del alma los individuos a la personalidad deseada socialmente. El mundo feliz de Huxley se habrá hecho por fín realidad poblado por individuos bien conformados con angulos bováricos cero.


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