Bovarismo es
un término creado
por Jules de Gaultier (Le
bovarysme, 1902),
para designar "el poder que tiene el hombre para concebirse otro
del que es" y, por consiguiente, para crearse una personalidad
ficticia y desempeñar un papel al que se atiene a pesar de su
verdadera naturaleza y de los hechos. Este término fue sacado del
nombre de Ema Bovary, la personaje de la novela Madame
Bovary, de Flaubert.
Gaultier amplió posteriormente el significado de "bovarismo",
aplicándolo a todas las ilusiones que los individuos o los pueblos
se forjan sobre ellos mismos.
Según cuenta Aldous Huxley, Gaultier
afirmaba que cada persona tendría su particular ángulo bovárico,
definido como la graduación que separa su personalidad real de su
personalidad bovárica. Individuos con un angulo bovárico de 180
grados se verían obligados a anular totalmente su personalidad real
pues esta se encontraría en directa oposición a su personalidad
bovárica, con los conflictos psicológicos que pueden esperarse. Por
contra individuos con un ángulo de cero grados, serían “felices”
en la medida que si personalidad real podría expresarse sin ambages
pues coincidiría con la personalidad deseada.
La cuestión es de
donde surge esa personalidad bovárica para el caso general.
Flaubert, atinadamente, señala dónde hay que mirar para buscar la
personalidad bovárica. Así, Emma Bovary se creó una personalidad a
partir de la lectura de novelas. Hoy, tras la revolución gráfica
de los siglos XIX y XX a la literatura se le añaden el cine y la
televisión como veneros donde dirigirse para buscar la personalidad
bovárica. Pero el así razonar nos lleva, indirectamente, a señalar
los tiempos previos a la revolución de la imprenta como más sanos
psicológicamente en el sentido de que no se habían construido
todavía modelos de personalidad a imitar de modo general.
Cierto que
desde Homero existen modelos de “conducta” que la literatura ha
impuesto como aconsejables, cierto también que todas las religiones
establecen así mismo decálogos de “conducta”. Pero en ambos
casos son modelo de conducta no de personalidad los que se prescriben
pues esa idea todavía les es ajena a los individuos. Es con la
imprenta y el renacimiento, con la reaparición de la persona cuando
surge la cuestión de establecer una personalidad deseada a la que se
den conformar en la mayor medida posible los ciudadanos imitándola.
Maquiavelo en El
principe,
Castiglione en El
Cortesano empiezan
ese ejercicio que ha llegado hoy a un punto casi final cuando ya no
sólo tratamos de conformarnos psicológicamente a los modelo
impuestos por la sociedad sino hasta físicamente mediante la moderna
cirugía plástica. Posiblemente el punto final de la bovarización
será cuando la moderna investigación en neurofisiología de sus
frutos y ofrezca los métodos para conformar mediante una “cirugía”
plástica del alma los individuos a la personalidad deseada
socialmente. El mundo feliz de Huxley se habrá hecho por fín
realidad poblado por individuos bien conformados con angulos
bováricos cero.
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