jueves, 26 de marzo de 2020

LA LUZ ELECTRICA Y EL ESTADO DEL BIENESTAR


La idea de C.S.Lewis (y también de Aldous Huxley) de que siempre son las mismas necesidades las que de modos diferentes se cubren en toda sociedad que permanece se puede generalizar y extraer curiosas consecuencias. Como es de sobra conocido la jornada de trabajo en las ciudades del Antiguo Régimen se veía limitada por la luz solar: A la anochecida, cuando el único medio de iluminación era el proporcionado por lámparas de incandescencia, la actividad había de frenarse so pena de correr el riesgo de incendios tan pavoroso en ciudades aglomeradas donde la madera era el elemento básico constructivo. 

Pues bien, la aparición de sistemas de iluminación más seguros como el gas y más tarde la electricidad tuvo como consecuencia directa la derrota de la oscuridad nocturna. Y no todo fueron ventajas, pronto las jornadas nocturnas de trabajo aparecieron, como no podía ser menos en una economía competitiva. La necesidad de descanso, la necesidad de un alto en el trabajo, la obligación de respetar esa ley natural que lleva a animales como los hombres a descansar en la noche requirió entonces el surgimiento del estado del bienestar, la pelea por reducir la jornada de trabajo, la defensa del descanso nocturno o la exigencia de turnos y pagas extra para los trabajadores que los hicieran. Fue sin duda una gran conquista: volver a lo que ya se tenía.

miércoles, 25 de marzo de 2020

TECNOLOGÍA Y VIOLENCIA


Siempre me ha resultado de lo más extraño y sorprendente el hecho de que cuando los españoles llegaron a América, se encontraran con unas "civilizadas" o "avanzadas"  culturas, desde laincaicas hasta las  mesoamericanas, en las que la rueda era utilizada para hacer juguetes y la metalurgia tenía fundamentalmente usos ornamentales y no militares. 

Tampoco en China, lugar dónde fue inventada,  el uso de la pólvora se expandió más allá de su uso festivo. El hecho de que correspondiese a la civilización occidental descubrir el uso militar y luego productivo  de buena parte de las innovaciones técnicas, cosa que no sucedió de modo sistemático hasta después del Renacimiento, da que pensar.

Leonardo, Alberti, Miguel Ángel fueron los primeros artistas-científicos al servicio de las fuerzas de la violencia.

domingo, 15 de marzo de 2020

José Jiménez Lozano

 Ha muerto José Jiménez Lozano. Era de otro tiempo, y por ello mismo imprescindible para nuestro tiempo. Aunque lo que me gusta son sus ensayos y diarios (sus relatos me resultan -no sé cómo decirlo para no resultar excesivo- un poco ñoños), también su poesía me llega. Algunos poemas:

El precio:
 "Matinales neblinas, 
             tardes rojas, doradas; 
noches fulgurantes,
              y la llama, la nieve;
 canto del cuco, aullar de perro,
 silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
 el traqueteo del tren, del carro, niños,
 amapolas, acianos, y desnudos,
 árboles de invierno entre la niebla
 los ojos y las manos de los hombres,
 el amor y la dulzura
 de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba
 historias y relatos, pinturas, y una talla.

 Todo esto hay que pagarlo con la muerte.
 Quizás no sea tan caro".

Recuerdo
"Ni el olor de las lilas como entonces,
la risa de mamá, el cucharón de plata,
el evónimo viejo, amarillento,
están ahí. No están.
Ni siquiera el recuerdo es indudable,
sólo niebla, pero
es un cendal para mi herida."

Revelación
"Sol vencido te regala,
en la tarde del otoño,
el poder y la gloria.
Mira tu alargada sombra:
Nunca serás más grande." 

Lux Aeterna
"Siempre fue un desgarro
la muerte, mas, ahora,
los hombres huecos y redondos
mueren contentos de no ser para siempre.
Se aplaude en los entierros.
¡Por fin la nada!¡Qué alegría!
¡Cuánto ahorro
de luz eterna innecesaria"

sábado, 14 de marzo de 2020

SOBRE EL TIEMPO

El Tiempo... El Tiempo...
"¡El tiempo y sus banderas desplegadas!
 (¿Yo,  capitán? Mas yo no voy contigo)
 ¡Hacia lejanas torres soleadas
 el perdurable asalto por castigo! "(Machado).

  "And yet, and yet...El tiempo lo es todo, el hombre es nada. A lo sumo el armazón del tiempo"(Borges).

Pero, ¿qué es el Tiempo? Los filósofos llevan siglos riéndose de los físicos que dicen entenderlo como una de las dimensiones de la realidad. Como lo es el espacio. Conformando con este un extraño matrimonio, el espaciotiempo, del que todo el mundo ha oido hablar y nadie entiende. Pues una cosa es describir un fenómeno científica y matemáticamente, y otra cosa, muy diferente, entenderlo. Para Agustín de Hipona, si nadie le preguntaba sobre qué era el Tiempo, "sabía" lo que era, pero si alguien le preguntaba, no sabría decir lo que era.

Y por eso,  siempre que se habla sobre el Tiempo, el qué es eso que discurre, que pasa, respecto a sí mismo y que es por ello mismo contradictorio o autoreferencial, no queda otro remedio que tirar de la poesía, de las metáforas. Lo cual no supone ningún desdoro pues ya Ortega y Gasset acentuó los poderes cognitivos de las metáforas y, más modernamente, hay toda una escuela, la de los seguidores de George Lakoff,  que sostiene que TODO conocimiento es metafórico. Y así del Tiempo se ha dicho que es como un río, o como el viento....

Pues bien, una de las mejores metáforas que he encontrado es aquella que compara la experiencia de vivir en el Tiempo (¿dónde si no?) con la experiencia de montar y viajar en un autobús que te lleva no sabes dónde ....Viajar hasta que el "conductor" te dice que te "bajes" pues ha llegado tu hora, pues has llegado a tu destino.

Y, claro. Lo que importa es cómo y dónde se viaja. Están aquellos que luchan y pelean por irse "alante" del todo. Son los "progresistas", los "triunfadores". Se comportan como suelen hacerlo los niños, que siempre ansían ir delante. Pero los que llegan, aquellos que pueden ponerse al lado del conductor, descubren que tienen ante ellos sólo una estrecha panorámica: la carretera , el vacío de vida, pues está asfaltada. Pues nada más que asfalto pueden ver cuando de vez en cuando pueden permitirse echar un vistazo por el parabrisas fuera del autobús, preocupados como lo están siempre por los que se agolpan tras ellos deseosos de ocupar sus "privilegiados" puestos.

Están también quienes, ya de salida, nada más entrar al autobús, a la vida, se les empujó hacia atrás. Entraron con un mal billete o lo perdieron. Son. por ello, los "perdedores". Están allí. Al fondo, allí donde el ruido y el calor del motor convierte el viaje en una tortura, Allí donde ni siquiera hay ventanillas que puedan abrirse para que entre el aire. Allí donde nada se ve excepto a los que están sentados por delante de ellos.

Y están aquellos, los usualmente denostados "conformistas", que se conforman con ocupar los asientos intermedios. Allí donde hay ventanillas y asientos desde donde se puede contemplar más o menos placenteramente el paisaje y cómo luchan los que quieren "progresar" adelante. Se conforman con lo que hay o tienen y nada esperan sino que el viaje, del que no saben hacia dónde va, les permita buenas vistas.

martes, 18 de febrero de 2020

Contra la literatura

Leer literatura siempre ha tenido muy buena prensa. Al menos yo no conozco a nadie que se atreva o se haya atrevido a cuestionar los benéficos efectos educativos y morales de la lectura de novelas y la asistencia a obras dramáticas. Y, encima, puede ser divertido y como mínimo ayuda a "pasar el rato". O sea, leer literatura o ir al teatro son, para casi todo el mundo, todo ventajas. No es extraño que se obligue a hacerlo a los niños y jóvenes, como tampoco lo es que políticos, moralistas y -obviamente- autores de obras literarias o teatrales asistan con horror a la paulatina caída en los indicadores de lectura que se consolida año tras año.

La verdad es que es difícil por no decir imposible negar esos beneficiosos efectos tras la lectura de algunas de las grandes obras de los grandes autores. Sin duda alguna, y lo digo por experiencia, la lectura del Quijote cambia más o menos sutilmente y para mejor a quienes lo leen. Y les ayuda a vivir de una manera más profunda, más auténticamente humana. Y lo mismo puede decirse de otras muchas grandes obras de grandes autores, por ejemplo, asistir a una representación del Romeo y Julieta de Shakespeare o de la Celestina de Fernando de Rojas sin duda ayuda a cualquiera a entender su propia emoción amorosa.

Pero, reconozcámoslo, ¿puede decirse lo mismo de la inmensa mayoría de las obras literarias que lee la gente o ve en los escenarios? No. Seguro que no. Nada puede sacarse de la lectura de esa inmensa biblioteca novelera y teatral que inunda el mundo desde hace algunos siglos que no sea la satisfacción de esa baja pulsión, de ese bajo instinto  que es el cotilleo.

Y es que la gente, la inmensa mayoría de la gente que lee novelas y va al teatro, lo hace para "ver" y "saber" cómo viven otros. Cómo viven sus vidas y mueren sus muertes. Cómo se aman y cómo se odian y cómo se engañan y mienten. O se que leen y van al teatro para cotillear. Porque da igual que ese cotilleo lo sea sobre personas reales o de ficción.

Y, claro está, como les pasa a todos aquellos que se dejan llevar por ese tan bajo instinto, a los lectores les pasa lo mismo que a los cotillas de siempre: que no viven su propia vida, pues pierden su tiempo satisfaciendo su compulsivo y perverso interés por cómo viven otros. 

Así que, para mí, lo siento por tantos y tantos novelistas. No. Su trabajo no es un trabajo "bueno", un trabajo ético o moral. Simplemente, y como los traficantes de drogas duras, lo que hacen es suministrarle a sus lectores una suerte de droga que les roba la capacidad y la posibilidad de vivir una vida propia y autónoma, o como mínimo les ayuda a soportar y conformarse a unas vidas miserables sin incentivarles a cambiarlas.  

miércoles, 12 de febrero de 2020

FRANCIA

Español, como lo soy. Hijo, pues,  como todos, del nacionalismo francés decimonónico, no puedo sino recordar con rencor e inquina  cuando se habla de Francia y los franceses el expolio y destrucción que las tropas napoleónicas  hicieron con el patrimonio artístico "español" cuando invadieron la Península allá por 1808. Algo semejante al expolio que de lo que quedaba del mismo hicieron los curas y obispos de la muy española Iglesia Católica, esos ladrones de cuello blaco, en el siglo posterior.

Y, sin embargo. ¡Ay! Y sin embargo. No puedo sino rendirme ante algunas "cosas" inequívocamente francesas, que, bien mirado, "valen" de algún modo por todo ese patrimonio robado. Cosas como la defensa del derecho a la blasfemia,  como derecho individual de los ciudadanos franceses,  que la semana pasada ha hecho un presidente tan melifluo, tan mercachifle y tan anglosajón, sí tan anglosajón, como Monsieur Macron, el actual presidente de la República Francesa.

Porque, ¿qué mayor declaración y enaltecimiento de la dignidad humana puede haber que defender el derecho a blasfemar, o sea, el derecho a insultar "a cuerpo gentil" al Omnipotente Dictador del Universo?  ¡Oh! Francia. ¡Cuánto envidio a veces no ser ciudadano francés!

martes, 4 de febrero de 2020

GRACIAS A DIOS

No hay cosa que me aleje más de cualquiera que haya sufrido algún arbitrario desastre, alguna inmerecida desgracia, que oírle entonar un "gracias de dios" como mantra previo a la consideración de que las cosas le podrían haber ido todavía peor. Eso es lo que suelen hacer sistemáticamente muchos de los "creyentes" de cualquier religión. Tanto me irrita este comportamiento que me lleva a no compadecerles por su sufrimiento e incluso, en algunos casos, a dejarme llevar por el inhumano sentimiento de "justificar" sus males.  "Pero" -me digo- "¿cómo es que este desgraciado cretino se permite  a darle gracias a un dios, su dios, por no haberle puteado aún más, dado que como buen creyente él mismo reconoce que ese su dios es  el autor y causa de todo lo que le sucede". 

Los creyentes que así se comportan  son para mí el colmo de la bajeza moral como seres humanos. Su cobardía, su servilismo, raya en la más baja abyección. Y es que para mí, el Job bíblico es el extremo de la vileza moral. Nunca he entendido cómo las religiones pueden haber convertido su aceptación perruna de las desgracias que le manda un dios enloquecido, sádico, en ejemplos a seguir de buen comportamiento humano, a menos -claro está- que se entienda que con ello las religiones lo que tratan es de ensuciar las almas de los humanos para que estos se acostumbren no sólo a aceptar servilmente el ser esclavos de los imaginarios poderes del otro mundo sino también serlo de los poderes concretos y reales de este mundo.

Por el contrario, como ateo, admiro  la altura humana de los creyentes que, tras padecer una desgracia, maldicen a quien creen su "creador", a su dios por causársela. ¡No hay  mayor humanidad que la del pequeño y débil creyente que se atreve a rebelarse valientemente contra su arrogante y salvaje dios!   

De las edades para el amor y el odio

 Es muy frecuente que las buenas gentes, ésas repletas de buenas intenciones, convengan en señalar que el tiempo nada puede contra las emoci...